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Al Arabi al Yadid

Hasán Tareq, 16/06/2017

Hace unos meses, fui invitado a participar en un simposio organizado por la asociación marroquí Al Machruu al Yadid (el proyecto nuevo) con motivo del debate sobre la caracterización de los indicadores de la estancada transición política en Marruecos, que se puede resumir en la siguiente pregunta: «¿Quién encadena a quién? ¿La política o los partidos?».

Esa pregunta candente se refiere al círculo vicioso de la dinámica de reformas tras alejarse gradualmente del ímpetu originado por los acontecimientos del 2011, cuando las autoridades tuvieron que hacer frente a nuevos escenarios de una legitimidad democrática generada por la Constitución, y creyeron que el relámpago de la “primavera marroquí” era una mera medida táctica y un paréntesis que debía ser cerrado de inmediata

Para hacer frente a aquella nueva situación se reestablecieron con mayor dureza los mecanismos de control de los partidos políticos y finalmente triunfó la estrategia de eliminación de la mayoría de los partidos que surgieron a raíz del movimiento nacionalista marroquí, de los que se sacó provecho, y de forma caricaturesca, a favor de un proyecto opuesto a su tesis fundacional.

Todo eso confinó la idea de reforma política en el campo institucional y los partidos políticos marroquíes perdieron por primera vez en su historia la capacidad de iniciativa y fueron incapaces de llevar a cabo un proyecto de reforma después de que todos sus representantes se hubieran convertido en entidades desprovistas de autonomía del círculo de toma de decisiones.

Así pues, el gobierno del pasado mes de abril (al que los activistas en las redes sociales llaman «el gobierno de la humillación») fue la culminación de un estado de vanidad autoritaria y de la extraña confianza del Estado en su capacidad para controlar todos los aspectos de la vida pública. Y esta situación se va consolidando conforme se aleja el 20 de febrero, haciendo acto de presencia de forma propagandística y provocativa en muchas ocasiones, sobre todo entre la etapa posterior a las elecciones locales de 2015 y el golpe de estado contra la trayectoria democrática.

Con ese gobierno de abril, que tenía todos los indicadores a favor de su victoria sobre la legitimidad popular ascendente, nos encontramos ante el fin de la promesa de reforma política incluida en la propaganda de la Constitución de 2011. Es la primera vez desde los años noventa en que no existe ninguna promesa importante (transición/reconciliación/gobierno de alternancia/Constitución); y lo peor de todo es que, frente a esta situación, los partidos han sido incapaces de defender el lema más representativo de la etapa posterior al 8 de octubre: la necesidad de una reforma política.

La reconstrucción de esas realidades nos lleva a preguntarnos si ha sido el propio Estado el que ha creado las protestas de la calle como único escenario posible para la política, con la finalidad de sustituir la representación por las protestas, la mediación de los partidos por los movimientos sociales.

En otros términos, podemos decir que el paréntesis del 20 de febrero se cerró, pero no para devolvernos a la etapa previa a 2011 (como querían las autoridades) sino para alzar una nueva dinámica de reforma que supere los obstáculos que condujeron al fracaso del segundo gobierno de alternancia.

Por una parte, podemos asegurar que el movimiento de protestas Hirak al Rif no está asociado causalmente con la decadencia del cauce democrático, porque lleva en su fondo razones más estructurales. Creemos objetivamente que el estado de desesperación política generalizada y la ausencia de trasfondo democrático en una etapa marcada por el retroceso de las promesas de reforma, generaron un clima adecuado para recibir los acontecimientos del Rif, que no son solo una expresión de la indignación social sino también una muestra de la gran deficiencia de la política.

Sí, en una iniciativa que une los tribunales con la valentía, el movimiento Hirak del Rif se puede convertir en el punto de partida de una reforma estancada. La clase política marroquí está obligada a asimilar lo que está sucediendo, atender a la calle, interactuar con la indignación de los jóvenes marroquíes, proponer una hoja de ruta para devolverles la esperanza y transmitirles confianza. Pero hasta este momento las autoridades o bien mantienen la política de «negación de la realidad» o bien se limitan a escribir columnas de poca calidad sobre la respuesta de los agentes de seguridad.

Caricatura de Nayi Benayi para Al Arabi al Yadid

Traducido del árabe por Eman Mhanna en el marco de un programa de colaboración de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada y la Fundación Al Fanar.

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