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Esas «celebraciones» en los barrios del sur de Beirut y en el centro de la capital siria, Damasco, tras anunciarse que la zona de Al Qusayr estaba bajo el control del ejército sirio y de las tropas de Hezbolá después de semanas de duros enfrentamientos, son probablemente el tiro de gracia de la conferencia de Ginebra II y aumentan las probabilidades de que haya una intervención extranjera en la crisis siria.

La conquista de Al Qusayr es el mayor logro del régimen sirio y de sus aliados desde que estallara la crisis siria hace dos años y dos meses. No hay lugar a dudas de que las fuerzas de Hezbolá, con gran experiencia en la guerra de guerrillas, sobre todo en cuanto al gasto, ha desempeñado un papel importante a la hora de cambiar las ecuaciones geográficas e históricas e inclinar la balanza a favor del régimen después de haber sufrido varias derrotas y de perder el control de muchas zonas como Alepo, Idlib y Marrat Nuaman, en el noroeste del país, y Dair al Zur, Raqqa y Hasaka, en el noreste.

Esta conquista insuflará una gran dosis de confianza al régimen y a sus tropas y supone un duro revés simbólico para la oposición armada, lo que se refleja claramente en las celebraciones del primer bando y en el estado de ira de los segundos. También ha tenido su reflejo en el comunicado de la CNFROS que ha reconocido la derrota «tras 48 días de resistencia y después de heroicas epopeyas del Ejército Libre Sirio en su defensa a la población civil», se ha referido a «grandes fallos en el equilibrio de fuerzas», y ha lanzado reproches a los Amigos del Pueblo Sirio que no han ofrecido el apoyo necesario a la oposición para solventar esas deficiencias.

No hay duda de que las potencias árabes y occidentales que han apoyado y siguen apoyando a la oposición siria con dinero y armas se sienten avergonzadas tras esa victoria del régimen sirio y de sus aliados, pero en el fondo la querían y la apoyaban porque las víctimas de las masacres que se han producido y se siguen produciendo en la zona de Al Qusayr tras su toma son organizaciones yihadistas, más concretamente el Frente Al Nusra y Ahrar al Sham. Esto explicaría la falta de cobertura de esas masacres en los medios de comunicación.

Las potencias occidentales coinciden con el régimen sirio y Hezbolá en un objetivo: liquidar a estos grupos yihadistas a los que consideran la mayor amenaza transfronteriza. De ahí las pocas imágenes y documentación sobre víctimas, cifras y cadáveres.

El interrogante que ahora se plantea no tiene que ver con los beneficios estratégicos de este logro para el régimen sirio, que son, sin duda, enormes a nivel político y militar, sino más bien con la reacción que cabe esperar por parte de los países que apoyan a la oposición siria.

Que Gran Bretaña y Francia vuelvan a hablar de la existencia de pruebas explícitas sobre el uso de gas de sarín, precisamente en este momento, horas después de la resolución de la batalla de Al Qusayr, puede darnos la respuesta a algunos aspectos de esa pregunta. No podemos olvidar que esos dos países fueron los que llevaron a cabo las operaciones de la OTAN en Libia y que de sus bases en el sur de Italia despegaron los aviones británicos y franceses para bombardear Trípoli, Sirte y Beni Walid y otras ciudades de Libia bajo el pretexto de proteger a los civiles libios de hipotéticas masacres que pretendía cometer el régimen del coronel libio Muammar Gaddafi.

El mayor pecado que han cometido los países occidentales y otros gobiernos árabes a los que se insta a intervenir en Siria es subestimar el poder del régimen sirio, las fuerzas internas que lo apoyan, la coherencia de su ejército y los frentes regionales, como Irán y Hezbolá, que consideran su caída una línea roja.

La guerra en Siria, que se ha convertido en una gran guerra sectaria, levantó el telón de protección de los santuarios y los lugares sagrados para que entraran miles de voluntarios chiíes de Iraq, Líbano e Irán a Damasco a combatir al lado del régimen y ​​participar en sus brigadas como la de Abul Fadl al Abbás, mientras voluntarios suníes de Líbano, Iraq, los países del Golfo, Túnez y Libia entraban a Siria para luchar en el bando de los grupos yihadistas radicales.

La guerra en Siria durará más tiempo. Los rumores sobre la caída del régimen están perdiendo fuelle rápidamente, y con ellos las demandas de dimisión del presidente Al Asad como condición para cualquier solución política que pueda ser pactada en la conferencia de Ginebra que ha sido aplazada al próximo mes de julio, y no sabemos si se celebrará o no.

La caída de Al Qusayr en manos del régimen sirio es un punto de inflexión importante en esta guerra, no menos importante que la decisión de militarizar la revuelta o la conquista de grandes ciudades como Raqqa, Hasake, gran parte de la ciudad de Alepo y sus alrededores por parte de las tropas opositoras. Esto explicará la prisa que se han dado los dirigentes iraníes para felicitar al régimen por esa gran victoria.

La estrategia de transición de una fase de resistencia a una fase de ataque aplicada por el régimen sirio ha comenzado a dar sus frutos sobre el terreno. No descartamos, ni nos sorprendería tampoco, que Alepo fuese la segunda fase de esa estrategia tras la caída de Al Qusayr.

Al arrancar la crisis siria el régimen estaba preocupado por su destino frente a 150 países en contra (los Amigos de Siria) y al flujo de armas y voluntarios y de cientos de millones de dólares para combatirle y acelerar su caída, amén de decirse que tenía los días contados; ahora esta preocupación e incluso el terror se ha trasladado de bando. Los países del Golfo, quienes más apoyan a la oposición siria, tiemblan con cada día que el régimen se mantiene en pie y qué decir de sus logros militares sobre el terreno. Turquía, el mayor enemigo, vive una revuelta popular cada vez más grave que nos hace recordar las vividas en Túnez, El Cairo, Saná y Daraa. Jordania por su parte vive en un estado de confusión sin precedentes y Egipto  prefiere no pronunciarse.

Puedo ver la sonrisa, tal vez la primera desde hace dos años, en la cara de Al Asad. No sé si habrá más sonrisas en las próximas semanas y meses, aunque hasta ahora nada apunta a lo contrario.

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