habib haddad, 06.04.15

Al Hayat, 06/04/2015

Gassán Sharbel

La guerra de la región no va durar de por vida. Llegará un momento en el que las partes beligerantes se sienten a la mesa a discutir las condiciones de seguridad y estabilidad. Entonces todas las partes reivindicarán el reconocimiento de su papel, su posición y su dimensión vital apoyándose en las cartas que reunieron durante el periodo de competencia en la región. En este contexto pueden ser interpretados varios acontecimientos y actitudes. El impulso de los huzíes y sus partidarios hasta Bab al Manded. El comienzo de la operación Tormenta de la Firmeza. Los pasos del presidente Abdelfattah al Sisi. Las declaraciones del presidente Rayab Tayeb Erdogán a pesar de la visita que tiene prevista mañana a Irán. Y lo que está pasando en Siria.

 

Supongamos que dicha reunión se celebrara hoy. El negociador iraní podría decir con sinceridad, con claridad o dando rodeos, que su país está en la frontera saudí a través de los territorios iraquíes y yemeníes. Que está en la frontera de Turquía no solo a través de la frontera común, sino también de los territorios iraquíes y sirios, y a las puertas de Jordania. Que está en la frontera de la seguridad y los intereses de Egipto a través del Mar Rojo y del estrecho de Bab al Mandeb a pesar de la huída de Sudán del eje de la resistencia. Y que está en la frontera de Israel a través del sur de Líbano y del Golán sirio.

 

El negociador iraní también podría decir o dar a entender que su país es más fuerte que EE. UU. en Iraq. Y más fuerte que Rusia en Siria. Y más fuerte que los países árabes en Líbano, por no hablar de Yemen.

 

Desde comienzos de la pasada década Irán ha lanzado dos ataques paralelos. El primero en el expediente nuclear y el segundo al querer apoderarse de la primera posición en la región sobre todo tras la caída del régimen de Saddam Husein. En el segundo ataque, bajo el rótulo de la resistencia, debilitó la importancia estratégica de sus rivales en la zona. Impidió que el círculo libanés se saliera del «creciente de la resistencia» tras el asesinato del presidente Rafiq Hariri. Y lanzó la guerra de 2006 en Líbano, y derrocó años más tarde el gobierno de Saad Hariri. Impidió el intento de restablecer el equilibrio en Iraq y que el presidente Iyad al Alaui ocupara el cargo de primer ministro. En Beirut y en Bagdad los mensajes iban dirigidos a Arabia Saudí y Turquía como ocurrió posteriormente, cuando impidió la caída del círculo sirio.

 

Gracias a ellos Irán consiguió lo que quería con su ataque territorial. Arrebatar el título de primer jugador en Bagdad, Damasco y Beirut beneficiándose de la retirada de EE. UU. y de las limitaciones del papel de Rusia. Además hizo realidad su deseo de desempeñar el papel de referente político y religioso de gran parte de los chiíes árabes.

 

En el último episodio de las negociaciones nucleares, Irán lanzó la fase más peligrosa de su ataque regional: el golpe huzí y su avance hacia los confines de Adén y Bab al Mandeb. Irán podría haber apostado por tres cuestiones: primero, apostó por la falta de deseo de Barack Obama de adoptar una actitud firme que obstaculizara las negociaciones. En segundo lugar previó que la ira de Arabia Saudí no llegaría hasta la decisión de declarar la guerra. Y en tercer lugar apostó por que la voluntad de Egipto y Turquía no fuera la misma que la voluntad saudí.

 

Cualquier lectura pausada de la batalla que se mantiene en la región dice Arabia Saudí no tuvo otra que hacer lo que hizo. No puede permitir que Bab al Mandeb caiga en manos de los huzíes e Irán, ya que se trata de un paso vital para el transporte de petróleo y otras mercancías. No puede convivir con un Yemen en el que vive el líder de una milicia de identidad iraní, Abdel Malek al Huzí, sobre un arsenal de misiles que puede ser una carta de amenazas constante, de chantaje indefinido.

 

Lo cierto es que Irán ha chocado al intentar restablecer los equilibrios de la fuerzas en la región con el peso de Arabia Saudí. El peso islámico, político y económico de Arabia Saudí, y el peso de sus relaciones internacionales. Cuando Arabia Saudí decidió poner su potencial militar para descargar dicho peso rápidamente nació una alianza para hacer frente al círculo yemení ante el gran golpe de estado. Arabia Saudí no ha aceptado los intentos de incursión en su cinturón bahreiní ni tampoco la tentativa de establecer un cerco a través del estrecho de Bab al Mandeb.

 

Es la batalla de la región. Aún es pronto para afirmar qué repercusiones tendrá el entendimiento nuclear. Los ensayos demostraron que la voluntad internacional de la región está ausente, o es floja o que vive una fase de transición. Y que los jugadores regionales pueden colocar a los grandes ante nuevas realidades.

 

Por eso Erdogán acusó a Irán de su deseo de «dominio». Y por eso Al Sisi dijo a sus generales que Bab al Mandeb representaba la seguridad panárabe. Desde ese punto podemos considerar que la operación Tormenta de la Firmeza es un intento de restablecer el equilibrio regional y de frenar la gran ofensiva iraní.

 

Las terribles guerras de Oriente Medio no durarán de por vida. Es necesario tener cartas efectivas para participar en el trazado de los rasgos del nuevo orden territorial.

 

Traducido por María Isabel Escribano dentro del programa de colaboración con la Universidad de Granada.

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