Satea Nureddín
Al Mudun, 08/07/2018
No se trata de una batalla perdida, sino de una guerra zanjada. Alegar que la revolución en siria continúa y que no acabará antes del final del régimen ya solo provoca pena. Rusia ha zanjado el conflicto tras mantener en las tres últimas semanas una carrera con el tiempo para imponer su voluntad y sus condiciones por la fuerza militar destructiva, dispuesta a invertir esa victoria final y recoger el botín.
A lo largo de cuatro años, el frente del sur ha sido el principal medidor de la revolución siria. Allí empezó y allí ha sido sofocada. De ella solo quedan algunos reductos aislados, personas extraviadas o a las que se ha extraviado, ideas perdidas… y una diáspora repartida a bastante distancia del “abrazo de la patria” y su latido, que no puede abrir ningún horizonte de solución política, aislada del mandato ruso que en los últimos días ha conseguido una legitimidad internacional (y árabe, por supuesto) sin precedentes.
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Daraa es el último ejemplo de cómo Siria ha sido un regalo servido en bandeja de plata a los rusos, quienes pusieron fin a su desobediencia a una velocidad récord, sin necesidad de muchos bombardeos aéreos y misiles. Los rusos recibieron la luz verde, antes de mover sus unidades rumbo al sur sirio, desde diferentes países, capitales y organizaciones que esta vez les pidieron piedad con los civiles para que no se convirtiesen en una amenaza para Jordania e Israel.
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Viñeta de Habib Haddad para Al Arabi al Yadid
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