VICE News, 17/12/2015

 

RUSIA-IRAN

Al comenzar la revolución siria en la primavera de 2011 la respuesta desproporcionada y sangrienta del régimen sirio marcaría el devenir violento de las protestas que comenzaron con una naturaleza pacífica. El apoyo incondicional de Teherán a la política de sangre y fuego de Al-Assad empezó en el minuto cero, siguiendo el modelo que acabó con la Revolución Verde en Irán de 2009.

El acoso internacional contra el régimen de Damasco resultó inútil por el veto constante de Rusia, y en menor medida China, en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Sobre esta base se afianzó la relación ruso-iraní en Siria: apoyo diplomático y logístico ruso combinado con el apoyo iraní sobre el terreno. El objetivo de ambos países era mantener a toda costa el régimen de Al-Asaad aunque por razones diversas.

Para Irán Siria es decisiva no tanto en si misma sino como corredor terrestre de conexión de su espacio de influencia, el llamado «creciente chií» que abarca Irán, Irak, Siria y Líbano. Sin contar con el control del territorio sirio, Hezbollah quedaría aislado en Líbano haciendo mucho más difícil el suministro de armas, financiación y contactos directos.

Por su parte Rusia no está dispuesta a perder su principal aliado en la zona y su única base en el Mediterráneo que se sitúa en Tartús, en la costa siria. Moscú no iba a cometer el mismo error que en Libia donde apoyó la coalición internacional que acabó con el régimen de Gadafi pero también con los prósperos negocios rusos en territorio libio.

Desencuentros militares

Pero la estrategia que tan bien funcionó en Irán en 2009 para aplastar el descontento no sirvió para la revolución siria que alentada por los casos exitosos de Túnez y Egipto exigían la renuncia del presidente Al-Assad. Tras seis meses de bombardeos contra manifestantes desarmados, el conflicto se convirtió en la guerra civil que desangra al país desde entonces.

Irán, consciente de la importancia del momento, acudió al rescate de su aliado con sus propias fuerzas paramilitares como las Brigadas Al-Quds, consejeros militares y milicias sectarias que han formado en países vecinos como la milicia libanesa Hezbollha o la iraquí Asaib Ahl al-Haq.

El objetivo militar del régimen de los ayatolás no es tanto mantener el régimen actual sino controlar por medio de estas milicias el territorio de la «Siria útil» que es el corredor que une Damasco y Homs con la costa mediterránea. El apoyo militar iraní ha ido desde un principio a estas milicias y no al ejército regular hasta el punto que buena parte de las acciones sobre el terreno las comandan oficiales iraníes.

La visión rusa de la estrategia militar en Siria es radicalmente distinta. La relación entre Moscú y Damasco se remonta a varias décadas de profunda cooperación estratégica que incluye entre veinte mil y treinta mil estudiantes sirios formados en Rusia. La cooperación tenía en la rama militar una de sus principales razones de ser. Además de ser el principal proveedor de armamento al ejército sirio, Moscú entrenó a un importante número de oficiales sirios.

Esa es la línea que quería mantener el Kremlin pero hasta su involucración sobre el terreno ha sido Irán la que ha marcado la pauta desgastando al ejército regular sirio y fomentando las milicias paramilitares que han hecho al gobierno sirio rehén de la defensa iraní que en los meses previos a la intervención rusa estaba dando claras muestras de agotamiento.

La entrada de Rusia en Siria ha cambiado 180 grados la situación pasando ahora Moscú a comandar la estrategia militar marcando los objetivos que atacan por aire obligando a las fuerzas iraníes a hacer un esfuerzo adicional para complementar sobre el terreno la ofensiva rusa.

Modelos políticos dispares

La estructura militar de ambos aliados tiene su correspondiente versión política. Para Irán el modelo a seguir es el libanés y el iraquí, donde el sectarismo y el sistema de cuotas genera un gobierno débil en continua fragmentación que beneficia el control de las estructuras del estado a agentes paralelos como las milicias tipo Hezbollah o partidos políticos con ramificaciones sociales y paramilitares como el grupo de Al-Sader en Irak.

El enfrentamiento suníes contra chiíes que busca generalizar en la región Irán empieza por las estructuras sociales y políticas de los estados, fomentando el enfrentamiento confesional apoyado por desplazamientos forzosos como el impuesto a parte de los chiíes de Idlib hacia Damasco para enviar a cambio suníes de los alrededores de la capital. Pero sin duda el caso más claro de la política de homogeneización sectaria ha sido la «chiización» de la capital iraquí, que desde 2003 gobierna Bagdad partidos políticos vinculados a Irán.

Para Rusia la debilitación de las estructuras del Estado sirio que de alguna forma lleva décadas ayudando a crear y a formar según el antiguo modelo soviético no es su opción. Sin duda una de las razones que ha llevado a Rusia a meterse de lleno en el barro sirio ha sido el creciente control del poder de los enviados iraníes a la corte siria.

Para Moscú la solución política en la que pueda mantener su influencia en una nueva Siria unida es la mejor salida mientras que Irán busca desdibujar los estados nación del mundo árabe borrando las fronteras creadas en Sykes-Picot y volviéndolas a trazar siguiendo lealtades confesionales.

Estas diferencias radicales de planteamiento se han plasmado en el rechazo iraní a las reuniones de Ginebra I y II, así como al llamado Acuerdo de Ginebra I que se considera el marco de referencia para la transición siria. La presencia militar rusa en territorio sirio no solo ha cambiado el balance de fuerzas militares sino también diplomáticas al forzar la presencia iraní en las reuniones de Viena donde se volvieron a escenificar las diferencias entre Moscú y Teherán. Para los primeros la figura de Al-Assad es negociable a largo plazo, mientras que para los segundos sigue siendo incuestionable la continuidad del presidente sirio.

Visones regionales divergentes

La perspectiva internacional desde la que acometen Moscú y Teherán el conflicto sirio no tienen más punto en común que la utilización del conflicto para intereses geoestratégicos pero que basculan en zonas distintas. Para el régimen de los ayatolás el conflicto sirio forma parte de la ansiada expansión de la revolución de Jomeini de 1979.

La guerra irano-iraquí significó la congelación de esas ansias expansionistas hasta que la invasión de Irak por las fuerzas estadounidenses de 2003 y la caótica ocupación le volvieron a abrir las puertas a una capacidad de influir real. Sus plazas más fuertes en el mundo árabe pasan por Hezbollah en Líbano, el régimen sirio, el gobierno títere de Bagdad y sus aliados huzíes en Yemen, pero también de una forma más discreta intenta influir en la mayoría chií de Bahréin o en minorías importantes como la saudí.

Por su parte el Kremlin ha visto en la parálisis estadounidense en Siria una baza para tomar la iniciativa y obligar a la comunidad internacional a volver a aceptarle como socio de pleno derecho tras las sanciones y el boicot fruto de la crisis ucraniana. Moscú ha sabido jugar con la política de hechos consumados y acciones decisivas bajo la manoseada excusa de la guerra contra el terrorismo para generar una nueva dinámica en el conflicto sirio cuyo resultado más palpable ha sido la hoja de ruta acordada en la segunda reunión de Viena.

A pesar de que los pasos a dar y la cronología están claramente determinados los intereses cruzados de los distintos actores internacionales hacen muy complicado que el plan de Viena termine teniendo éxito pues no solo se tienen que acabar con las desavenencias de los bandos enfrentados sino con las diferencias de los propios socios que componen los bandos.

 

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