Pedro Rojo

Bez, 07/01/2016

Doaa Eladl, Al Masri al Yaum, 07.01.15

La ejecución del clérigo chií Nimr al Nimr por Arabia Saudí es la guinda de una serie de medidas tomadas en el último mes dirigidas a exacerbar la polarización sectaria en la región. La actual escalada abre la posibilidad a transformar la actual situación de guerra fría con Irán en un conflicto abierto directo que llevaría a la zona a una guerra total.

El pasado 14 de diciembre Arabia Saudí anunció la constitución de una alianza islámica (suní) de carácter militar, político y de seguridad formada por 34 países. Unos días después se crea el Consejo de Cooperación Estratégica entre Arabia Saudí y Turquía durante una visita de Erdogan a Riad. Con este paso se enterró la rivalidad, especialmente virulenta durante las primaveras árabes, de ambos países por liderar el espacio del islam político suní. A los pocos días se anunció aplicación de la pena de muerte contra el religioso chií.

Irán rápidamente cayó en la provocación saudí con declaraciones altisonantes que encendieron los ánimos de sus seguidores más radicales que no solo asaltaron y quemaron la embajada saudí en Teherán sino que también atentaron contra mezquitas suníes en Irak. Arabia Saudí aumentó un grado más la tensión rompiendo relaciones diplomáticas esperando arrastrar al resto de países árabes y musulmanes suníes a tomar medidas semejantes. Si bien Irán sí ha picado el anzuelo de la provocación sectaria la segunda parte del plan saudí no ha salido como esperaba. Solo Bahréin y Sudán han cortado relaciones diplomáticas como Riad. Turquía, a pesar de los renovados lazos con Arabia Saudí, ni si quiera ha retirado el embajador de Teherán y está ofreciendo su labor como mediador. Egipto tampoco ha reaccionado y de los países del Golfo solo Emiratos Árabes Unidos ha degradado el nivel de su representación diplomática a oficina de negocios y Kuwait ha llamado a consulta a su embajador en Teherán. Por lo que de momento habrá que ver que deparan las reuniones urgentes del Consejo de Cooperación del Golfo y de la Liga Árabe solicitadas por Arabia Saudí para ver si existe una postura unida árabe respecto al conflicto.
Lo único claro es que los máximos beneficiados de este aumento de la tensión son sin duda los sectores más conservadores y radicales de ambos regímenes cuyos objetivos son maximalistas y no entienden de una posible salida consensuada a la espiral de tensión en la que se encuentra inmersa la región. Según el periodista Abdelbari Atuán, director del periódico Al Rai al Yaum, hay una parte de la familia gobernante saudí que no comparte la actual deriva del monarca especialmente la involucración en la guerra de Yemen y la implicación en la guerra civil Siria que está teniendo un alto coste militar y económico y les está enfrentando a Rusia y creando tensiones con Estados Unidos por las facciones extremistas que apoya Riad. Algo similar ocurre en el lado iraní, donde la política de distensión del presidente Ruhani ha dado muy buenos resultados consiguiendo que Irán pase de ser el centro del eje del mal a miembro influyente de la comunidad internacional. En un escenario de blanco y negro estos actores en gris se difuminarán teniendo que tender a los extremos.

Sólida influencia iraní

Pero sin duda es Irán quien tiene más que perder, pero también una posición más fuerte, fruto de la influencia que con mucha inteligencia ha ido ganando desde 2003. La caída de Bagdad y la mal planeada ocupación estadounidense abrieron las puertas a los ayatolás para convertirse primero en socio oficioso de la ocupación imponiendo su política de cuotas sectarias y tras la retirada estadounidense en 2011 convertirse en el tutor de los sucesivos Gobiernos chiíes de Bagdad. Su influencia en la región, apuntalada en sus bastiones históricos como Hezbolá y el régimen de Al Asad, creció alimentando un discurso confesional radicalmente excluyente aprovechando las comunidades chiíes de los países árabes, como en Arabia Saudí, llegando a controlar prácticamente todo Yemen con sus aliados huties y alimentando las revoluciones como la de la mayoría chií de Bahréin. La aparición de Dáesh (Estado Islámico) ha puesto en valor el papel de las milicias vinculadas a su credo sectario como Al Hasad al Shaabi iraquí que junto con los guerrilleros kurdos y más recientemente el ejército iraquí son quienes están combatiendo cuerpo a cuerpo con Dáesh en Irak. Finalmente su criticado papel en la guerra civil siria como principal valedor del régimen sobre el terreno se ha visto reforzado y aceptado por la comunidad internacional tras la intervención Rusa sobre el terreno. El vuelco que ha significado este nuevo factor logró que por primera vez se invitase a Irán a las reuniones internacionales (Viena I y Viena II) donde se negoció la actual hoja de ruta para intentar buscar una solución política al conflicto sirio.
El enfrentamiento actual entre Riad y Teherán hace peligrar seriamente todo lo avanzado en los últimos meses en este sentido, pero no es más que un reflejo de la superficialidad de la solución propuesta para Siria que se considera un primer paso para acabar con Dáesh. Si no se aborda el sectarismo alimentado por Teherán y Riad como la razón primera que ha creado el caos del que se alimenta el autoproclamado califato islámico es inviable avanzar hacia un escenario de estabilidad en la región.

En este sentido Occidente también tiene su parte de culpa pues ha dado la espalda a los movimientos populares árabes que pedían una modernización de la región apoyando golpes de estado como el del mariscal Sisi en Egipto o eligiendo como socio estratégico en la región a Arabia Saudí y sus petrodólares ignorando el inaceptable historial de violación de derechos humanos y apoyando el proselitismo de la interpretación más radical del islam por medio mundo y financiando a grupos armados de ideología muy cercana a Al Qaeda. Las capitales europeas y especialmente Washington son también responsables por permitir que Irán impusiese su visión sectaria en el Iraq ocupado, haberle entregado Iraq en 2011 y aceptarlo como socio en la guerra contra Daesh en agosto de 2014 sin exigir que pusiese fin a su política expansionista en el mundo árabe basada en la sectarización de la región que ha creado el caos en el que vive y se alimenta el terrorismo de ambos bandos. Mientras estos sean nuestros compañeros de viaje en la desdibujada guerra contra el terrorismo es difícil pensar que el camino pueda llevarnos a buen puerto.

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