Amyad Rasmi_13.10.2016

Jálid al Dajil (escritor y académico saudí)

Al Hayat, 09/10/2016

Mientras se prepara el lanzamiento de la operación para la recuperación de la ciudad de Mosul del puño del Estado Islámico (Daesh), se plantea una pregunta que sobre todo incumbe al gobierno de Iraq: ¿Cuál es el objetivo, liberar Mosul o apoderarse de la ciudad, que son cosas muy diferentes? La pregunta puede resultar extraña si va dirigida a un gobierno que supuestamente quiere recuperar la segunda ciudad más grande de Iraq de las garras de una organización a la que todo el mundo está de acuerdo en denominar terrorista y que por su brutalidad supone una amenaza para todos. Pero la escena iraquí impone una pregunta sobre toda la fantasmagoría acumulada desde 2003. Al gobierno iraquí no le basta con haber llegado al poder de mano de la ocupación estadounidense sino que ha transformado Iraq en reinos de taifas, ha abierto las puertas a la influencia iraní sobre bases sectarias en un gesto sin precedentes en la era moderna, ha sustituido al ejército nacional por un ejército popular, una alianza de milicias chiíes supeditadas al poder iraní que están por encima del poder del propio gobierno central de Bagdad que ha estado supeditando su futuro al poder iraní y a la transformación de Iraq en un jardín trasero de Teherán. Fue en este escenario donde surgieron las milicias suníes, como una reacción natural al sectarismo del gobierno central. Y en el mismo contexto echó raíces la idea de la secesión de la provincia del Kurdistán de Iraq entre los mandatarios de esa región. Esto es también algo normal ya que si el gobierno central no se abría a los suníes, árabes como ellos, por considerarlos rivales sectarios, menos razones tenía para abrirse a los kurdos que son suníes pero no árabes, sin olvidar todo lo que viene acumulando el tema kurdo no solo en Iraq sino en toda la región.

Lo que se ha producido en la escena iraquí hasta ahora, y las evoluciones posteriores, es señal de la naturaleza desharrapada de la clase política que gobierna en Bagdad. No es consciente de que su comportamiento político, dirigido al cumplimiento de sus objetivos sectarios, debilita al gobierno central, lo convierte en rehén de las divisiones y del conflicto de los intereses locales, regionales e internacionales sin fin. Lo peor es que esta política ha puesto en marcha la dinámica de la división de Iraq, que es lo que quiere Irán que está haciendo más profunda esa división. Un Iraq dividido será un Iraq más débil lo que reforzará el vínculo entre los intereses de sus aliados locales, su permanencia y la expansión de su poder. Cabe recordar por ejemplo, que el presidente de la provincia del Kurdistán, Masud Barzani, declaró la semana pasada, y por primera vez en presencia del primer ministro iraquí, Haidar al Abadi, en Bagdad, que la provincia solo declararía su secesión de Iraq tras un entendimiento con el gobierno central. Al Abadi no hizo comentario alguno al respecto. ¿Significa eso que el primer ministro iraquí no tiene inconveniente en la secesión de la provincia? ¿O que se rinde y no quiere problemas con los kurdos cuando la batalla de Mosul es inminente?

En ese mismo momento surgió el problema de Al Abadi con Turquía. El primer ministro iraquí no acepta que Turquía participe en la batalla de Mosul. Por su parte, el gobierno de Ankara ha enviado tropas a la localidad de Bashiqa, próxima a Mosul, para entrenar a una milicia turcomana que participará en la batalla, decisión considerada por el gobierno de Al Abadi una violación de la soberanía iraquí tras lo que solicitó la retirada de esas tropas. Pero Ankara insiste en participar. El problema de Al Abadi es que su postura y argumentos para rechazar la participación turca carecen de toda credibilidad, ya que su gobierno permite a Irán lo que no permitiría realmente un Estado que defendiese su soberanía: le permite que entrene y arme a las milicias chiíes, que envíe a sus generales, asesores y a sus servicios secretos a Iraq, le permite intervenir en el nombramiento de responsables, en el reparto de cargos y en misiones dentro del Estado, e incluso que tenga mano en la elección del propio primer ministro. La presencia turca en Bashiqa disminuye mientras Irán se expande por los puntos neurálgicos del gobierno iraquí. Y ahí se ve lo miserable de la postura del gobierno iraquí. El ministro de Exteriores, Ibrahim al Yaafari, manifestó en el Parlamento iraquí su sorpresa porque el Consejo de Seguridad no parecía entusiasmado en debatir “nuestra petición de celebración de una sesión extraordinaria para obligar a Turquía a que retire sus tropas”.

La pregunta que evitan Al Yaafari y su gobierno es por qué se permite a Irán violar a sus anchas el principio de soberanía de Iraq cuando luego se crea un problema político con Turquía, a la que se exige el respeto de ese mismo principio. Los responsables iraquíes no dejan de repetir que la presencia de Irán dentro de Iraq cuenta con la conformidad del gobierno legítimo de Bagdad, algo que no tiene la presencia turca. Y esta es una justificación ingenua e interesada del principio de soberanía y de cómo aplicarlo. El principio de soberanía es del Estado cuyo poder y soberanía derivan del pueblo con todos sus elementos, un Estado que debe proteger a ese pueblo sin hacer una discriminación sectaria ni étnica. Si el gobierno (iraquí) divide al pueblo en elementos sectarios y étnicos, y persigue a uno de ellos (los suníes) de la mano y por el interés de otro elemento (Al Hashad al Shaabi y lo que representa a nivel sectario), pero luego permite a un Estado extranjero (Irán) que participe a las claras en la ejecución de este plan, habrá hecho saltar por los aires el principio de soberanía así como su derecho a exigir a otros que respeten ese mismo principio. Lo que está claro para todo el mundo es que el gobierno iraquí va a por el componente suní y está trabajando diligentemente para cambiar la estructura demográfica del centro y norte de Iraq siguiendo criterios sectarios. Tampoco es un secreto que esto se hace en beneficio del grupo sectario al que pertenecen el gobierno iraquí e Irán, y que el norte y el centro del país son zonas de alta concentración demográfica que se extienden hasta la frontera con Irán. En esto reside la importancia y la gravedad de la batalla por la recuperación de Mosul para todos los bandos locales y regionales. Mosul no solo es la segunda ciudad más grande de Iraq sino que es la ciudad de los suníes árabes, los suníes turcomanos y los suníes kurdos.

Así lo dijo Erdogán en una entrevista con el periodista Yamal Jashogui concedida la semana pasada al canal satélite Rotana. El mensaje de Erdogán estaba claro e iba dirigido no solo al gobierno iraquí sino también al iraní: Turquía no va a permitir que se cambie la composición demográfica de Mosul una vez recuperada de manos del Daesh. Eso es lo que dijo también al primer ministro turco, Binali Yildirim, en respuesta al primer ministro iraquí. La escritora turca Verda Özer manifestaba en un artículo de ayer, los temores de Ankara a un cambio demográfico en Mosul que facilite la misión de Irán de implantar a sus milicias chiíes en la población de Talafar, cuyos habitantes son todos turcomanos, colocándoles bajo el poder de Irán y convirtiendo la localidad en otra base iraní (Hürriyet Daily News, 8/10/2916). Ahí se ve en toda su dimensión la miseria de la clase política iraquí, que es la parte débil en un juego cuyo objetivo no es liberar Mosul del Daesh sino apoderarse de la ciudad para expulsar a su población suní y convertirla en una ciudad de mayoría chií. Entonces, ¿qué diferencia hay entre que esta antigua ciudad esté bajo el poder del Daesh o bajo el poder de Al Hashad al Shaabi si el resultado es un resultado doctrinal en ambos casos? La diferencia es que en el primer caso Mosul está en el puño de una milicia suní que escapa al poder del gobierno, y en el segundo caso en el puño de Al Hashad al Shaabi y bajo la hegemonía de Irán y no del gobierno.

Viñeta de Amyad Rasmi para el diario Al Sharq al Awsat

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