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La esperanza de que los nuevos ayuntamientos introduzcan una nueva forma de gobernar choca con la intolerancia del Estado a las iniciativas locales independientes

 

Malek Lajal, periodista en Nawaat e investigador en Ciencias Políticas

 

Sada, 10/5/2018

 

Túnez acaba de vivir las primeras elecciones municipales desde el derrocamiento de Ben Ali. Sin embargo, la indiferencia de la población es palpable, con una tasa de participación de tan solo 35,6%. Estas elecciones debían ser un primer paso hacia la reforma más importante en Túnez desde la independencia: la descentralización. La idea es que si se da a las comunidades la oportunidad de decidir por sí mismas, tendrán mayores posibilidades de desarrollarse y crear riqueza.

 

Los que toman las decisiones suelen ser de la costa y viven allí; ni conocen ni quieren conocer los problemas del interior, un hecho que afecta a las regiones menos desarrolladas. Sin embargo, unas elecciones municipales no pueden deshacer cientos de años de desarrollo desigual si no están acompañadas por una voluntad política por el cambio en la forma en la que el Estado tunecino se construye política, económica y culturalmente; una voluntad obviamente ausente en la respuesta de las autoridades a los movimientos sociales que buscan una redistribución de la riqueza más justa.

 

Kamur y Yemna son ejemplos muy claros de esta falta de voluntad por el cambio. Entre abril y junio de 2017, hubo protestas en la región de Tataouine. Los trabajadores de las instalaciones de petróleo y gas natural en Kamur, en el sur del país, pararon la producción, exigiendo que un quinto de los beneficios se dedicaran exclusivamente al desarrollo de Tataouine, que tiene el índice de desempleo más alto del país. Los políticos y analistas interpretaron estas demandas como una amenaza a la unidad nacional, a pesar de que la Constitución exija al gobierno que lleve a cabo políticas de “discriminación positiva” para conseguir un desarrollo más justo. Su opinión se entiende mejor si recordamos que durante más de sesenta años, el discurso oficial defendía que los recursos pertenecen al “pueblo tunecino” por igual, y que el desarrollo solo se produce a través de la “unidad”, a pesar de que esta narrativa justificara décadas de políticas que favorecían a las regiones costeras y silenciaba las zonas marginadas.

 

Los habitantes de Yemna, un pequeño pueblo en el suroeste de Túnez, decidieron ocupar un oasis de propiedad estatal y cultivarlo autónomamente, a través de la Asociación para la Protección de los Oasis de Yemna, que gestionaría los proyectos de agricultura y desarrollo en la zona. Los beneficios de la producción aumentaron considerablemente, permitiéndoles invertir en el pueblo: construyeron instalaciones deportivas y un aula nueva. A pesar del impacto positivo de las iniciativas, las autoridades tunecinas congelaron la cuenta bancaria de la asociación en octubre de 2016, arguyendo que no tenían derecho a cultivar las tierras. Se antepuso la principal promesa electoral del presidente Beji Caid Essebsi, restituir el “prestigio del estado”, al desarrollo descentralizado y autosostenible.

 

Hay una larga tradición de autoridades tunecinas que satisfacen a las demandas políticas de los fondos internacionales a través de reformas legislativas sin cambiar nada en sus actuaciones. Viendo cómo les ha ido a las iniciativas de descentralización hasta ahora, no debemos descartar que las estos comicios, y los alcaldes nuevos que salgan de ellos, acaben siendo otro simulacro.

 

Viñeta: Willis from Tunis (Facebook)

 

Traducido del inglés por Leandro James Español Lyons en el marco de un programa de colaboración de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada y la Fundación Al Fanar.

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