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Natalia Quiroga

Yorokobu, 07/04/2017

Sobre los pupitres del Instituto Dolores Ibárruri de Fuenlabrada apoyan sus codos cada día jóvenes españoles de más de 20 nacionalidades distintas. «Marruecos es el país extranjero más común y el hecho de que los estudiantes con este origen compartan o no la religión musulmana parece importarme más a mí —que insisto en preguntar— que al resto de sus compañeros».

Lo cuenta María José Arroyo, directora del centro en la ciudad madrileña y uno de los 15 institutos de Madrid y Cataluña que están participando en el proyecto Kifkif,de la Fundación Al Fanar, una experiencia innovadora para prevenir la islamofobia desde las aulas. El trabajo de prevención arranca aquí, no porque el problema esté fundamentalmente en los institutos, sino porque son los jóvenes y los niños los que mejor pueden descolgarse de los prejuicios. «La necesidad de este tipo de iniciativas proviene en realidad del entorno social ajeno al centro. Los alumnos pueden ser, en sus domicilios y en su entorno no educativo, promotores y ejemplos de una buena convivencia, tolerancia y comprensión», explica Arroyo.

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El proyecto se desarrolla a través de cinco talleres a lo largo de dos meses y cuenta como eje central con el cómic Las afueras, elaborado también por adolescentes, alumnos de 3º de la ESO del Instituto Maria Aurèlia Capmany de Cornellà de Llobregat e ilustrado por Manu Ripoll. En el cómic se narran las desventuras, prejuicios y problemas reales a los que se enfrenta su protagonista Nora, una jovende Barcelona de origen magrebí y religión musulmana.

Para la Nora del cómic las aulas de su instituto sí que están cargadas de comentarios y argumentos que insisten en relacionar velo con sumisión, islam con terrorismo, religión con fundamentalismo. «Tú debes ser la terrorista de la clase», le increpan en un momento de la ficción. Un reflejo bastante aproximado del limitado debate que está teniendo lugar en determinados entornos, medios de comunicación y redes sociales y que está generando un peligroso clima de violencia y discriminación.

La Plataforma Ciudadana contra la Islamofobia recogió durante 2016 un total de 278 incidentes, un 567,35 % más que el año anterior. Cataluña, la Comunidad Valenciana y Madrid concentraron cerca del 63% de estos casos.

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Pero lo más interesante del álbum La afueras es el proceso de búsqueda de una identidad propia que atraviesa la protagonista, que se siente española y a su vez profundamente vinculada a la cultura y tradición del país de origen de su familia. «En el primer taller abordamos precisamente el tema de la identidad para exponer que las identidades son algo heterogéneo, es decir, la identidad de una persona está formada por varios componentes. Una chica puede ser musulmana, española, mujer feminista, solidaria, amante de la música… y todo lo que quiera. Queremos llegar a la idea de que los musulmanes son musulmanes y muchas otras cosas más”, explica Fátima Tahiri, investigadora de la Universidad Autónoma y encargada de diseñar e impartir los talleres.

Nora lucha por combatir el prejuicio fuera pero también se encuentra con que dentro, en su propia familia, se le cuestiona por su forma de actuar, de pensar y de estar en el mundo. «A veces me siento como pez fuera del agua», explica la protagonista en una de las viñetas. «La actividad busca abrir el debate y generar argumentos, pero no pretende idealizar la situación de los musulmanes en todo el mundo sino acabar con ciertos estereotipos y prejuicios para poder desarrollar un planteamiento crítico alejado de todo tipo de odio y discriminación», puntualiza Tahiri.

Durante otra de las sesiones del taller, los estudiantes teatralizan algunas de las escenas del cómic para tratar de experimentar los conflictos a los que se enfrenta Nora y con los que cada día se encuentran muchas personas por el simple hecho de pertenecer a una religión que poco o nada tiene que ver con el radicalismo. A través de dinámicas propias del Teatro del oprimido se busca que sean los propios estudiantes los que propongan soluciones.

«Las impresiones que recogemos en los talleres están siendo muy positivas y nos permiten confirmar lo señalado: los alumnos son, en ocasiones, más maduros que los adultos y aceptan con bastante normalidad que hablemos de exclusión, de terrorismo, del papel de la mujer, etc. No se rasgan las vestiduras, sino que argumentan su visión de las cosas», añade Arroyo.

Los talleres profundizan también en dos conceptos ajenos pero profundamente relacionados: el de la violencia y el miedo. En la búsqueda de soluciones se invita a los jóvenes a recorrer y conocer en profundidad el camino de la no violencia por el que personajes como Gandhi o Martin Luther King se convirtieron en verdaderos líderes de la historia de la humanidad.

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La experiencia está siendo tan positiva que además de los dos institutos en los que arrancó en Cataluña y los 13 de la Comunidad de Madrid, en breve comenzarán los talleres en centros de Ceuta y es posible que la vida de Nora se traduzca al francés para utilizar el cómic en las aulas de Molembeek, el barrio de Bruselas a donde apuntan todas las miradas al repasar la lista de atentados en Europa durante los últimos años.

Esa es la otra cara de la moneda del proyecto: combatir la islamofobia es a su vez una forma de combatir el radicalismo. La marginación y la estigmatización empujan irremediablemente al aislamiento y desde ahí, siempre es más fácil acabar perdido y atrapado en la maraña de argumentos vacíos que utilizan los radicales.

Especialmente en la adolescencia, ese momento de la vida en el que todos luchamos por encontrar un lugar en el mundo. «Hay jóvenes musulmanes que intentan crear ejemplo y romper estereotipos mediante sus prácticas religiosas y hay quienes prefieren obviar en público la cuestión religiosa para evitar problemas en su día a día. Así como existe un número reducido que decide marginarse y vivir excluido en la sociedad. La islamofobia es un factor clave a la hora de montar el hecho religioso porque abre el camino a dos opciones: el dialogo y el compromiso para una sociedad mejor o la marginación y el odio», añade Tahiri, que precisamente dedica su tesis a investigar sobre las prácticas religiosas de los jóvenes musulmanes en España.

Uno de los puntos clave de la experiencia en las aulas es analizar desde distintas perspectivas la islamofobia de género, quizás la más común y sobre la que más alegremente opina la sociedad en general. En las sesiones se exponen frases con un sesgo claramente machista y se pregunta a los alumnos a quién creen que pertenecen, a qué religión, a qué época. Citas como la de «hay que amar más al padre que a la madre porque él es el principio activo de la procreación mientras que la madre es el pasivo», de Santo Tomás de Aquino, teólogo por antonomasia de la Iglesia católica, ayudan a los jóvenes a entender que el machismo es una lacra que nos atraviesa a todos independientemente de nuestra cultura, religión, raza o clase social.

La islamofobia, como cualquier otra patología fundamentada en el odio, se basa en la idea de dividir entre un nosotros y un ellos, lo propio y lo ajeno, lo de aquí y lo de fuera. «La sociedad española ha cambiado y ahora encontramos españoles que se llaman Mohamed y Fátima y son musulmanes. Estos jóvenes se ven excluidos o tildados de inmigrantes sólo porque no se amoldan al modelo de «ciudadano español tradicional» y por lo tanto en ocasiones se les excluye», apunta Tahiri. Sentados alrededor de una clase, desde las aulas de un puñado de institutos, un grupo de estudiantes reflexiona estos días sobre qué es eso que nos hace ser iguales y de dónde sale esa otra cosa que nos aleja.

 

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