Rim Muyahid. Al Safir al Arabi. 25/12/2021. Traducido por Ibrahim Rifi

El 8 de noviembre de 2021, el tribunal de los hutíes condenó a la  veinteañera, actriz y modelo, Intisar Hamida a 5 años de cárcel bajo la acusación de “actos indecentes”, es decir, por publicar imágenes profesionales suyas donde “no respeta la modestia”. Tres días después, explotaba un vehículo a bordo del que iba la jóven periodista Rasha al Harazi, quien  se dirigía con su marido al hospital para dar a luz. Antes que ellas, en el año 2018, Sumaya al Asadi fue degollada por su hermano de 19 años en el centro de una sala de un tribunal , delante de los allí  presentes, por no acatar la negativa de su padre y su hermano a la persona con la que quería casarse y pedir al juez que la casara sin el  consentimiento de aquellos. El asesino fue absuelto 2 años después de aquel acto al ser considerado  “tan solo un crimen de honor”. 

 

Sin embargo, se suele alardear con orgullo de las costumbres y tradiciones tribales yemeníes que protegen a las mujeres en cuyo contexto el acoso o el asesinato se consideran la mayor desgracia, y si en el seno de un conflicto intertribal mueren mujeres, la compensación económica, en caso de acuerdo de paz, es cuatro veces superior a la que se exige por cada miembro masculino asesinado. Las costumbres tribales otorgan a las mujeres la capacidad de poner fin a un conflicto y detener el enjuiciamiento de un asesino si solicita su ayuda, entre otras ventajas de las que disfrutan de forma exclusivamente las yemeníes. Pero, mientras estas tradiciones culturales se siguen reverenciando, sobre el terreno ocurren muchas otras cosas que reflejan la enorme brecha que separa  la realidad que viven las mujeres y la narrativa que las rodea. 

 

La violencia que sufren las mujeres yemeníes no se reduce al acoso, ni a las leyes que las privan de su voluntad, sino que  se trata de una violencia superada  probablemente en muchas sociedades del mundo ha: ni siquiera a 45 grados de temperatura en verano, las mujeres pueden sentarse cerca de la ventana para tomar  el aire. Las mujeres no pueden decidir qué canales de televisión quieren ver, ni pueden decidir el color de la ropa que quieren llevar en la calle, ni los lugares a los que ir, ni las carreras universitarias que quieren estudiar. Es una violencia silenciosa impuesta sobre ellas, una violencia que menosprecia sus vidas. Una violencia que hace que las mujeres en las calles odien haber nacido mujeres, una violencia que implica que no tienen ningún tipo de protección ni refugio. Una violencia que las sitúa en una posición secundaria e inferior constantemente y a todos los niveles: educativo, sanitario, legislativo, etc.. 

 

No es exagerado que  Yemen ocupe  las últimas posiciones de la lista global de países respecto  a la situación de la mujer sino más bien el reflejo de una verdad amarga. 

 

Sin grandes diferencias entre las ciudades y el mundo rural, esta realidad es común a todas las mujeres de Yemen. Es cierto que la ciudad les ha facilitado muchas más oportunidades, como el acceso a la educación, al trabajo, a los viajes y a algunas libertades, aunque reducidas. Pero eso no quiere decir que las ciudades sean más amigables para las mujeres. La violencia, en todas sus formas, afecta a las yemeníes en todas partes, incluso en Yemen del Sur, conocido por su pasado como  Estado socialista que protegió los derechos de las mujeres, a las que dio más derechos y libertades, logros estos que han ido perdiéndose  hasta casi desaparecer a día de hoy.

 

(…)

 

Mitad educación, mitad de vida

 

En el año 1994, la media de alfabetización de las mujeres en Yemen era menos de la mitad que la de los hombres, teniendo en cuenta las diferencias entre Yemen del Norte y Yemen del Sur donde, antes de la unificación en 1990, se habían logrado grandes avances en el campo de la educación de  las mujeres y se había erradicado el analfabetismo.  El Yemen unificado buscó acabar con la brecha de género, que para 2015 continuaba siendo enorme, con un 85% de los hombres alfabetizados, frente al 45,9% de las mujeres.  Esto también se aplica a la tasa de mujeres que acceden a la educación superior, y que en 2013 eran menos de la mitad que los hombres. 

 

En cambio ahora, tras el estallido de esta violenta guerra que parece no tener fin, no es posible ni siquiera mantener las desiguales ratios anteriores. Es cierto que la guerra ha afectado negativamente a toda la población yemení, pero las mujeres son las que más afectadas se han visto. Los informes alertan del aumento del matrimonio infantil, de todos los tipos de violencia que se ejercen en la sociedad, y el no retorno de las niñas a la escuela desde la aparición del COVID, y anteriormente por la guerra, sin contar  otros indicadores que concluyen que la brecha de génerose está ampliando. 

 

Las mujeres son doblemente víctimas de la sociedad. Muchas niñas no van a la escuela debido a las normas de segregación de género y porque el gobierno no garantiza que haya  profesoras. Muchas mujeres no acuden a tratamientos médicos porque muchos de sus maridos imponen como condición que solo sean tratadas por doctoras. Esto es una señal de la esquizofrenia y del atraso de la mentalidad imperante. ¿De dónde van a salir  las profesoras y las médicas si se niega a las mujeres la educación más básica?

 

La mujer yemení ha podido llegar a ser ministra, representante parlamentaria, ha podido ganar un premio Nobel, pero esto no ha cambiado la terrible realidad de los derechos y libertades de las mujeres en el país, y lo peor es que todos sus logros están en retroceso. Las escasas leyes que protegían a las mujeres, consuetudinarias o estatutarias, han sido violadas o ignoradas ya  antes de la guerra. El ejemplo más claro de esto son las cifras de mujeres secuestradas, detenidas y  violadas en las calles, las cifras de mujeres maltratadas, las menores obligadas a casarse o las tasas de analfabetismo.

 

Título original:

18/12/2021.   السفير العربي   . نصف حياة: ما الذي تواجهه اليمنيّات إضافة إلى الحرب؟  . ريم مجاهد

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