Emmad Hayyach_extremismo_20.03.2019

 

Al Quds al Arabi, 21/03/2018

 

En los últimos días el mundo ha sido testigo de dos acontecimientos dramáticos. El primero, la entrada de las tropas kurdas respaldadas por la Coalición Internacional en la población de Baguz, al este del Éufrates, que representa el último reducto del Daesh en Siria tras su gran derrota en Iraq en 2017. El segundo acontecimiento es la operación terrorista contra dos mezquitas en Nueva Zelanda.

 

Las noticias que llegan desde Siria hablan del éxodo de 60.000 personas de Baguz y sus alrededores y de que los combatientes que han entrado en la población han hallado centenares de cadáveres de elementos del Daesh y de civiles que fueron cercados allí y bombardeados por la aviación estadounidense y la artillería y los misiles de las tropas terrestres ofensivas, a lo que añadir las muchas muertes, sobre todo entre niños, que se han producido en el campamento de desplazados de Al Haul y que se suman a los miles de civiles muertos desde el inicio de la campaña de esa coalición para acabar con el Daesh, y que la Red Siria de Derechos Humanos cifra en 3.000 personas, de las cuales 924 eran niños y 656 mujeres.

 

El efecto de la catástrofe del ascenso y el colapso del Daesh no se queda en las cifras de muertos y desplazados (la mayoría aplastante musulmanes en cuyo nombre dice hablar esa organización), sino que conlleva la ruina de ciudades, poblaciones y zonas controladas por ellos, su colapso socio-económico y ha dañado mucho la imagen del islam y los musulmanes en todo el mundo, aunque el mayor daño causado por ese fenómeno político-militar ha sido cerrar el paso a las revoluciones árabes y a sus grandes reivindicaciones contra el despotismo gobernante en Siria e Iraq, para despejar el camino a Estados modernos que pusieran fin a un despotismo militar-policial de carácter sectario, salvaje con las personas y servil con las potencias extranjeras.

 

No es difícil dar con el “cordón umbilical” que une a esta organización (y a sus homólogas) con aquellos regímenes que reprimieron cualquier alternativa civil y democrática a ellos. Los aparatos de seguridad de  esos regímenes, ya desde las primeras formas de protesta, dieron a esas organizaciones razones para aparecer, bien promoviendo una explicación sectaria y conspiradora de las manifestaciones populares contra ellos a las que vinculaban a llamamientos del terrorismo y del salafismo, bien matando y deteniendo a los combatientes civiles o liberando a los elementos salafistas y extremistas de las cárceles, bien supervisando a través de su inteligencia la formación de algunas de esas organizaciones terroristas o suministrándoles elementos o dándoles razones para quedarse sin olvidar que el objetivo estratégico de crear una ecuación interna y externa: o los regímenes totalitarios salvajes o las organizaciones como el Daesh o Al Qaeda.

 

El atentado de Nueva Zelanda que dirigió un elemento blanco islamófobo es la otra cara de la moneda que se complementa con la narrativa de los regímenes que vinculan la “estabilidad” con la dictadura y consideran que quienes protestan son terroristas y agentes del exterior (…)

 

Viñeta de Emmad Hayyach para Al Arabi al Yadid

 

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