Los dos importantes aliados de Estados Unidos y de Francia en el Golfo adoptaron una posición de prudencia frente a la invasión rusa de Ucrania. Esta actitud de espera es el resultado del avance de Rusia en la región durante los últimos años y de la desconfianza hacia un Occidente que abandona a sus aliados, como en Afganistán, y cuyos valores con frecuencia se miden con una doble vara.
Moscú, 17 de marzo de 2022. El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergei Lavrov, y el ministro de Asuntos Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos, Sheikh Abdullah bin Zayed Al-Nahyane, entran en una reunión. Evguenia Novozhenina/POOL/AFP

Alain Gresh. Traducido del francés por Ignacio Mackinze.

“La OTAN es una de las claves de esta crisis reciente. Es evidente que Rusia –heredera legítima de la Unión Soviética– no aceptará bajo ninguna condición la expansión de la OTAN cerca de sus fronteras”, advirtió el 25 de febrero un editorialista del influyente diario saudí Okaz, tres días después de la invasión de Ucrania. Al día siguiente, otro comentarista del mismo diario escribió: “Lo cierto es que la invasión de Ucrania por el presidente ruso Vladimir Putin estableció nuevas realidades en el terreno que no pueden ser ignoradas. Impuso un nuevo orden mundial completamente diferente al que Occidente le había impuesto a Rusia”. En el mismo sentido, el 3 de marzo, el diario saudí Al-Riyadh insistió: “El antiguo orden mundial surgido tras la Segunda Guerra Mundial era bipolar, pero se volvió unipolar luego del derrumbe de la Unión Soviética. Hoy somos testigos del comienzo de una mutación hacia un sistema multipolar”. Y en relación a Occidente, agregaba: “La posición de algunos países en esta guerra no apunta a defender los principios de la libertad y la democracia, sino sus intereses, asociados al mantenimiento del orden mundial existente”1.

El mismo tono crítico reinaba en los medios de comunicación de los Emiratos Árabes Unidos (EAU). “Las fluctuaciones de la posición de Estados Unidos no son sorprendentes. No es una novedad que practiquen el engaño y reconsideren los compromisos que han adoptado, como ya lo han hecho en varias áreas y asuntos. Han utilizado constantemente las fuerzas locales para servir sus objetivos, y luego les dieron la espalda, dejándolas más vulnerables. Washington y Occidente fomentaron la propensión de Ucrania a oponerse a Rusia […] El comportamiento de Washington y la posición de Europa en torno a la crisis ucraniana, así como su explotación de las difíciles condiciones de Kiev, revelan un problema en los valores de sus sistemas políticos”2.

Al leer semejantes comentarios, se podría llegar a olvidar que Arabia Saudita y los EAU son aliados estratégicos de Estados Unidos. Sin embargo, los textos resumen bien los dos temas predominantes en los medios de comunicación de estos países, más allá de la condena más o menos manifiesta de la invasión de Rusia en Ucrania. En primer lugar, se trata de la crítica de Joe Biden y de Estados Unidos, que si bien sigue siendo un aliado, no es considerado como un país confiable, porque al final termina traicionando a sus amigos. La defensa del derecho internacional que pregonan es hipócrita: ¿Estados Unidos no invadió y destruyó Irak en 2003 sin el cheque en blanco de las Naciones Unidas? Y si bien Ucrania está ocupada parcialmente desde hace algunas semanas, lo mismo sucede con Palestina desde hace décadas, con el apoyo resuelto de Estados Unidos y el respaldo –un poco más incómodo– de los europeos. Y tampoco hay que soslayar el racismo que refleja la crisis de los refugiados y el “doble estándar” si el refugiado es de origen ucraniano o africano.

El otro asunto recurrente en la prensa de ambos países es la reorganización del orden internacional, que en paralelo con el retiro de Estados Unidos del golfo Pérsico, pasó a ser multipolar, con un nuevo lugar para Rusia y sobre todo para China (y Asia, en términos más generales. Así que ambos países tienen interés en continuar diversificando sus relaciones y en terminar su relación exclusiva con Occidente. Este alboroto mediático refleja la actitud de los dirigentes de ambos países, que al igual que los de otros países de la región (Egipto, Turquía, Irán) no se sienten partícipes en absoluto de la campaña occidental destinada a “castigar” a Rusia.

 

Una votación bastante reveladora

Nadie dudaba de que la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que condenaba la intervención de Rusia en Ucrania el 25 de febrero de 2022 sería rechazada por medio del veto ruso. Pero a la hora de votar, se abstuvieron no solo India y China, sino también –¡oh sorpresa!– los EAU. Unos días más tarde, bajo presión de Estados Unidos, Israel y Francia, terminaron adhiriendo a la resolución de la Asamblea General del 2 de marzo, pero sin modificar verdaderamente su actitud de prudencia. El 23 de febrero, el ministro de Asuntos Exteriores de los EAU, el jeque Abdalá bin Zayed al Nahyan, se había reunido con su par ruso Serguéi Lavrov en Moscú, en una señal del acercamiento entre ambos países, cuyas relaciones comerciales aumentaron un 38% durante los últimos once meses gracias a la proliferación de los acuerdos en nuevas tecnologías o incluso en el ámbito militar tras el acuerdo de cooperación estratégica de 2018. También se fortaleció la coordinación política con Moscú, ya sea en relación a la situación en Siria –Abu Dabi ahora aboga por el regreso del régimen de Damasco a la Liga Árabe–; en Libia, donde ambos países se encuentran en el mismo bando frente a Turquía; y en Yemen, donde Rusia finalmente renunció a imponer su veto contra una resolución del Consejo de Seguridad que designa a los hutís como organización “terrorista”.

Al mismo tiempo, se intensificaron los reproches de los EAU contra Washington por diferentes motivos: reacción tardía de Washington ante los ataques de los hutís del 17 de enero; vacilaciones en el apoyo estadounidense a los EAU en la guerra en Yemen; falta de consideración de los intereses de los EAU en las negociaciones sobre el acuerdo nuclear iraní. Las tensiones quedaron expuestas, por ejemplo, a fines de 2021, cuando Abu Dabi renunció a la compra de 50 cazas F-35 estadounidenses por un monto de 23.000 millones de dólares (20.830 millones de euros) como respuesta a las condiciones impuestas por Washington en materia de transferencia de tecnología. Acto seguido, en febrero de 2022, los emiratos decidieron comprar una docena de aviones de caza de entrenamiento chino Hongdu L-15, con la posibilidad de aumentar la cantidad a 36 unidades. Si bien la transacción es más modesta, fue justificada por la voluntad de diversificar las adquisiciones militares de los EAU.

Mientras la guerra en Ucrania provoca un alza del precio de las energías, los EAU, uno de los principales exportadores de petróleo, tienen la capacidad de responder a la demanda, pero se resisten a hacerlo. El 9 de marzo, su embajador en Estados Unidos, Yousef Al Otaiba, anunció que su país estaba dispuesto a intervenir por un aumento de las cuotas productivas –lo cual generó una caída de 15 dólares (13,58 euros) en el precio del barril–, pero sin embargo, unas horas más tarde fue desmentido por el ministro de energía de los EAU. Algunos vieron ese giro como una división dentro de la dirección emiratí, y otros, con justa razón, como un mensaje para Joe Biden y un recordatorio de la capacidad de los emiratos para influir sobre el precio internacional del petróleo, y en consecuencia, la necesidad de tomar en consideración su peso en la escena internacional. Pero la decisión que finalmente se adopte en relación al nivel de producción dependerá de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP+)3, es decir, sobre todo de Rusia y de Arabia Saudita.

Sin embargo, el reino no parece dispuesto a responder a las exigencias de Washington, sobre todo porque se han acumulado los “malentendidos” entre Estados Unidos y Arabia Saudita y los EAU. Antes incluso de la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, Arabia Saudita se había indignado ante la reacción norteamericana frente al ataque del 14 de septiembre de 2019 contra sus instalaciones petroleras en el este del país, cuando el presidente Trump incluso llegó a afirmar que nunca había prometido defender a Arabia Saudita. La debacle estadounidense en Afganistán en septiembre de 2021 y el abandono sin gloria de sus aliados locales terminaron de convencer a los saudíes y a otros dirigentes del Golfo de que Estados Unidos estaba dispuesto a darles la espalda a sus aliados y dejarlos en posición de vulnerabilidad, como explicaba el editorialista citado al comienzo de este artículo.

Mohammed Bin Salman, ¿paria o aliado?

La elección de Biden no mejoró el clima. Cuando los servicios de inteligencia estadounidenses señalaron al príncipe heredero Mohammed bin Salmán (MBS) como responsable del asesinato del periodista Yamal Jashogyi, Biden prometió tratar a Arabia como a un paria y denunció la guerra que libra en Yemen. A pesar de las promesas, no ha habido un cambio en la política de la administración demócrata, pero Biden se niega a establecer cualquier tipo de contacto con MBS.

¿Ucrania va a generar un cambio en la situación? Para intentar lograr un aumento de la producción petrolera, Washington restableció el contacto con el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, a quien sin embargo había denunciado con los términos más virulentos. Estos giros espectaculares no son una novedad. Vale la pena recordar que en agosto de 1990, el presidente estadounidense George Bush, luego de la invasión de Kuwait por Irak, se reconcilió con el régimen de Háfez al-Ásad para sumarlo a su coalición contra Sadam Husein.

Pero esta vez, los que parecen reticentes son los saudíes. Según el Wall Street Journal del 8 de marzo, MBS se habría negado a responder a un llamado de Biden al comienzo de la guerra en Ucrania. Exigió la inmunidad si se traslada a Estados Unidos, algo que será muy difícil de conceder, sobre todo, tras la ejecución, el 12 de marzo, de 81 prisioneros en un solo día. Y las cosas tampoco mejoraron cuando a principios de marzo la vocera de la Casa Blanca ratificó la condición de paria del reino.

En una entrevista con la revista estadounidense The Atlantic del 7 de marzo, ante la pregunta de si Biden lo comprendía o no, MBS respondió con desdén que no le importaba su opinión, pero que el presidente estadounidense haría bien en considerar los intereses de Estados Unidos. De un modo más general, la dirección saudí, al igual que la emiratí, está exasperada por no haber sido consultada, al contrario de los aliados occidentales, en las semanas previas a la invasión. Arabia Saudita también le reprocha a Estados Unidos su poco apoyo en Yemen y su reticencia a permitir que el país adquiera energía nuclear civil, mientras Moscú participa en varios proyectos de centrales a través de la empresa estatal Rosatom. Y Arabia Saudita parece decidido a diversificar sus relaciones comerciales, como lo demuestra la negociación en curso con China que le permitiría adquirir petróleo en yuanes y ya no en dólares, como ya sucede con entre el 10 y el 20% de sus importaciones de petróleo4.

 

¿Puede durar el no alineamiento?

Así que, en este contexto, ¿por qué castigar a Rusia, con quien las relaciones se han profundizado durante los últimos dos años, sobre todo con la creación de la OPEP+ en 2020, que asoció a Rusia a las negociaciones relativas al nivel de producción de petróleo? Esta asociación derivó en una excelente coordinación entre Rusia y Arabia Saudita, y ahora Moscú la considera estratégica5. El 5 de marzo, durante un encuentro en Moscú con su par ruso Serguéi Lavrov, el ministro de Relaciones Exteriores de Arabia Saudita, el príncipe Faisal, se limitó a explicar, en relación a la crisis ucraniana, que “el buen método para manejar esta crisis es el fortalecimiento del diálogo entre ambas partes, en vista de lograr una solución política que permita restablecer la seguridad y la estabilidad en esta región y en el mundo”. Ni Arabia Saudita ni los Emiratos parecen dispuestos a aplicar sanciones contra Rusia, y Dubái está intentando transformarse en un refugio para todos los capitales rusos y todos los megamillonarios que disfrutan de los vuelos directos brindados por Aeroflot así como por las potentes empresas del Golfo6.

La situación es inestable, y es difícil estimar el impacto de la guerra en Ucrania sobre las relaciones internacionales. El aplazamiento de la fecha del acuerdo nuclear con Irán ya es una señal preocupante. Pero si la guerra continúa y el enfrentamiento entre Rusia y los Occidentales cobra la forma de una nueva Guerra Fría en la cual habrá que elegir su bando, casi no hay duda de que Estados Unidos y sus aliados ejercerán presión sobre sus aliados del Golfo. Cuentan con una palanca especialmente potente7, y las sanciones ya debilitaron considerablemente a Rusia en el ámbito económico, a tal punto que será riesgoso hacer negocios con ese país. En el actual contexto de crisis, ¿podrá sobrevivir el “no alineamiento” de las dos monarquías?

 

Alain Gresh es director de Orient XXI, especialista en Oriente Próximo, escribió varias obras, como De quoi la Palestine est-elle le nom ?

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