El radicalismo prolifera y lo grupos extremistas, que se presentan a sí mismos como portavoces del islam, están ganando terreno, y no solo representan una amenaza para las minorías del mundo árabe e islámico sino también para los propios musulmanes.

Que Marruecos celebre estos días una conferencia internacional sobre los derechos de las minorías en el mundo islámico, es un acontecimiento digno de tener en cuenta, pero que esa conferencia haga un llamamiento a la convivencia contra la exclusión, el sectarismo y la cerrazón religiosa es un indicador de que los musulmanes de todo el mundo (responsables, ulemas, pensadores, investigadores y ciudadanos) son conscientes de los peligros que amenazan desde hace unos años el tejido social y la composición confesional de los países árabes e islámicos, concretamente desde que el discurso religioso aislacionista y sectario pretende levantar muros de rencor y odio entre múltiples elementos que han sabido convivir durante siglos sin que esa convivencia generase extremismos de ningún tipo.

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Los grupos radicales, que dicen pertenecer al islam y que construyen su discurso religioso sobre la exclusión de las minorías y el odio cumplen con la misma misión que desempeñó la colonización occidental en el pasado: (…) desintegrar la unidad social de los países árabes e islámicos (…). Los radicales que actúan en nombre del islam mantienen las antiguas políticas coloniales que pretendían que cundiera el odio entre las distintas minorías y grupos religiosos para reformular el panorama político.

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