Keizer

 

El Mundo, 13/11/2018

Francisco Carrión

 

Keizer tiene nostalgia del futuro que uniformados e islamistas le arrebataron a él y a sus compatriotas. Una melancolía que se retuerce hasta mudar en rabia cuando asalta los muros de El Cairo, como si el suyo fuera el último acto revolucionario de un país transfigurado en cárcel.

 

«El arte es revolución. Supone cuestionarlo todo, ser escéptico, desafiarlo todo», dispara poco después de aparecer en escena. Nos cita a primera hora de la tarde en los jardines de la Ópera de El Cairo. Acude a la entrevista con una gorra calada y parapetado tras unas gafas de sol, el mismo camuflaje con el que desde hace ocho años evita los flashes y maldice la fama. «Al principio decidí ser anónimo por seguridad. Ahora celebro aquella resolución. Mi rostro no tiene nada que ver con mi arte. Nunca fue parte de mi trabajo», replica sentado sobre los soportales.

 

Su obra, irreverente y viral, y su propia biografía, en zona de sombras motu proprio, le han valido el apodo del Banksy egipcio. Una comparación con el enigmático grafitero de Bristol que Keizer acepta con orgullo de discípulo. «Es un honor que se asocie mi trabajo con el de Banksy porque lo admiro. Fue la primera persona en abrir este espacio y he aprendido de él», narra. «Mi objetivo es también usar elementos contradictorios que impacten. Una de mis piezas más recientes muestra a un hombre blanco y trajeado agachado limpiando el calzado de un zapatero muy humilde».

 

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