El País, 17/07/2019
Si 2011 fue un año crucial en la ruptura de las sociedades árabes con su pasado más inmediato, no podía dejar de serlo en el ámbito literario. Las certezas canónicas se tambalearon y los aires revolucionarios sacaron a la luz la descomposición de unas élites intelectuales que, al abrigo de la cultura regimencialista, se habían apoltronado en la evanescencia cuando no en el más directo servilismo. La novela como género hegemónico había envejecido deprisa, a pesar de que no hacía tanto, apenas en los años sesenta, había acabado con el reinado secular de la poesía, considerada por la tradición “el archivo de los árabes”. Y al igual que sucedió en las revueltas mismas, Internet, las nuevas tecnologías y un 70% de la población con menos de 30 años hicieron insostenible el statu quo literario. En este contexto, el grafiti y el cómic, tan cercanos y tan distintos, se convirtieron en los cronistas de los nuevos tiempos.
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