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Al Quds al Arabi, 04/06/2016

Ayer 3 de julio se cumplieron tres años de la destitución del presidente egipcio Mohamed Mursi y tres años desde que el general Abdelfattah al Sisi se hiciera con el poder a través de un golpe de estado “popular” resultado de la confluencia de diferentes razones y que tuvo graves consecuencias no solo a nivel egipcio sino también a nivel árabe e internacional. La reducción del número de apoyos regionales y locales del golpe de estado, y el apoyo posterior que le han dado Estados que en un principio lo rechazaron es un resumen útil de esas razones y de esos resultados.

El miedo de la presencia de los Hermanos Musulmanes en el poder en Egipto y el deseo de destruirlos hizo coincidir a las élites políticas y a algunos Estados regionales y no regionales, en la incitación, la planificación y la ejecución de un movimiento para hacerse con el poder; pero la brutal maquinaria represiva que se usó primero contra ese grupo, y luego contra movimientos políticos liberales como el Movimiento del 6 de Abril o los Socialistas Revolucionarios, desencadenó una serie de nuevos problemas locales, regionales y mundiales.

La primera secuela a nivel egipcio fue el desarrollo de una grave polarización para la que se pusieron en marcha todos los medios del poder ejecutivo como la presidencia, el gobierno, los aparatos militares y policiales, las instituciones legislativas y los medios de comunicación, que desempeñaron un gran papel fomentando el odio y la persecución de los Hermanos Musulmanes; en esa operación los aparatos de seguridad recuperaron sus amplias competencias y se transformaron en una herramienta intimidatoria que fue ampliando su círculo para llegar a todo aquel que criticara al régimen o denunciara su totalitarismo y su corrupción (…).

Esto generó sobre el terreno una desaparición paulatina de los partidos y las personalidades políticas, una pérdida de peso de las organizaciones de la sociedad civil y de los medios de comunicación; y además se prohibieron las protestas y manifestaciones (…).

Al Sisi prometió, además de estabilidad política y seguridad, una mejora de la economía a los egipcios. Pero la realidad es que la economía egipcia ha ido en continua caída, la inflación ha alcanzado elevados niveles, no hay divisas en el país, la libra sufre graves presiones y el crecimiento económico se ha ralentizado. El grave empeoramiento de la seguridad en Sinaí y el aumento del poder del Estado Islámico, amén de la caída de dos aviones, uno ruso y otro egipcio, ha contribuido al empeoramiento del sector del turismo (…).

A nivel árabe, Al Sisi ha apoyado a todos los regímenes cuyos pueblos se han levantado contra ellos, y así, por ejemplo, contribuyó a crear el fenómeno del general Jalifa Haftar en Libia, a “licuar” la postura árabe hacia el régimen sirio; además inició una campaña para cerrar la frontera egipcia de Rafah, ha incitado contra Hamás y ha expulsado a los habitantes de la Rafah egipcia para construir una presa de agua contra Gaza. Sobre el terreno, el movimiento de Al Sisi ha supuesto la recuperación de la iniciativa de los regímenes totalitarios árabes y el refuerzo de la alianza regional e internacional contra los pueblos revolucionarios.

Como consecuencia de esto, los regímenes occidentales han cambiado su tibio entusiasmo por las revoluciones árabes, por el tono de la “guerra antiterrorista” inventada por los neo conservadores en los días de George Bush hijo, que provocó una de las mayores tragedias mundiales cuyas consecuencias continuas seguimos viendo, una agenda que solo criminaliza a las víctimas y empuja a un número en aumento de esas víctimas a los brazos del extremismo o a las cárceles.

Cerrar la posibilidad de que los pueblos árabes mejoren su forma de vida través de la eliminación de las dictaduras, de un avance difícil hacia la democracia y la sociedad civil, y adoptar más regímenes represores y fallidos, son solo puertas abiertas a un infierno nunca antes vivido.

Viñeta de Alaa al Lagta

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