El antiguo ocupante de Libia (Italia) está muy entusiasmado con la operación, animando al resto de los países europeos y a EE. UU. a que se den prisa en moverse antes de la primavera. Esto se produce muchos meses después de las negociaciones supervisadas por la ONU para formar un gobierno de “unidad nacional” en el país que ponga fin a la división entre dos gobiernos y dos Parlamentos (el de Trípoli y el de Tubruk) y las milicias militares combatidas por todos los bandos. Y aunque la ONU sabe de las dificultades que existen sobre el terreno para que ese gobierno de unidad ejecute sus misiones ejecutivas, este ejecutivo será una herramienta política para legitimar una intervención occidental en Libia.
El objetivo aparente de esa intervención es impedir que el Estado Islámico (Daesh) se expanda por el país y establezca una base firme allí después de haberse hecho con el control con Sirte, lugar de origen de Gaddafi, y de haber atacado el creciente petrolero libio donde se ubican las principales refinerías del país.
Las opciones estadounidenses van desde los bombardeos aéreos (ya ha habido algunos aunque limitados) hasta la presencia de tropas sobre el terreno. A los cielos y el territorio libios han enviado recientemente tanto Washington como países de la UE aviones y fuerzas especiales de reconocimiento para valorar la situación sobre el terreno y establecer comunicaciones con las fuerzas locales.
Una de los principales trabas para el gobierno de unidad es el rechazo del general Jalifa Haftar del artículo del acuerdo de la ONU que estipula que los puestos policiales y militares quedarán vacantes en cuanto el gobierno sea investido, lo que significa desde un punto de vista legal que el poder de Haftar, que tiraniza el Parlamento de Tubruk (tras hacerse con las tropas militares de Tubruk y gracias a sus estrechas relaciones con Egipto, EAU y Jordania), puede estar en peligro (…). Si Haftar impide el gobierno de unidad nacional, retrasará la próxima intervención militar occidental lo que obligará a los Estados occidentales a empujar en la dirección de un arreglo que satisfaga a Haftar y a sus patrocinadores regionales, pero que amenazará de nuevo el acuerdo de la ONU pues no será aceptado por los gobiernos de Trípoli y Tubruk.
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La otra opción posible es que los países occidentales pidan a Egipto que convenza al general de aceptar la solución, aunque esta aplace (¿provisionalmente?) la realización de sus ambiciones presidenciales que materializan el plan regional para clonar la experiencia del mariscal Abdelfattah al Sisis de erradicación de los Hermanos Musulmanes y de vuelta al poder del Ejército. El hecho de que Libia gire en el eje de El Cairo, algo que rechaza Argel, la otra parte influyente en lo que pasa en Siria, explicaría la creación de una hot line securitaria entre Egipto y Argelia en torno a Libia.
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