Reseña de Federico Arbós para Revista de Libros de Canciones de Mihyar el de Damasco del poeta sirio Adonis. El poemario fue traducido del árabe por Pedro Martínez Montávez con la colaboración de Rosa Isabel Martínez Lillo, y publicado en edición bilingüe por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. 

«Para los lectores no demasiado numerosos que en 1968, hace ya casi treinta años, recibimos como una revelación inesperada la primera entrega de las Canciones de Mihyar el de Damasco vertidas al castellano, esta edición íntegra y bilingüe de ahora nos devuelve –una vez más de la mano de su traductor Pedro Martínez Montávez– no sólo retazos de una memoria tal vez adormecida, sino también la emoción de sumergirnos de nuevo en unos poemas que parecían escritos en el alba del mundo, cuando el desierto y la selva se afanaban, con la complicidad de los volcanes, en ganarle terreno al mar. Con el libro entero ante los ojos, es ya imposible sustraerse a esa sensación de escritura inaugural que se desprende de cada página, de cada poema, de cada verso. Quizá porque Adonis, el poeta, por esos años de 1960 y 1961 en que compone las Canciones, está inmerso, casi absorto, en una doble tentativa contradictoria de afirmación y negación: por una parte, en la reconstrucción de un lenguaje poético radicalmente nuevo y contemporáneo que, sin embargo, extraiga su fuerza expresiva del legado clásico; por otra, en la búsqueda urgente de una identidad como ciudadano y como hombre o, más bien, en el rechazo de toda identidad que le venga impuesta por el nacimiento, la circunstancia personal y la historia».

(…)

«Las Canciones de Mihyar el de Damasco son un centenar y medio de poemas, breves casi todos ellos, repartidos entre siete capítulos que se inician –excepto el último– mediante un salmo en prosa rítmica y, a modo de calendario genesíaco, desgranan los pasos de un desarraigado que avanza «en un clima de nuevas escrituras», reduce el tiempo a un destello suspendido, ensancha el espacio hasta los límites del cielo y recorre sin esperanza el camino de la utopía, anunciando la muerte de los dioses y su propia muerte repetida, aunque no renuncie jamás a compartir los signos que descubre en su extravío, en el corazón de su laberinto: Perplejo como está, nos ha enseñado / a descifrar el polvo»

 

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