04-11-15, Muwafaq_Qat

Abdelbari Atuán, Rai al Yaum 05/11/2015

Los nueve puntos del comunicado de Viena fruto de la reunión ampliada del pasado viernes en la que participaron 17 países, entre los que se encontraban EE. UU., Rusia, China, Irán, Arabia Saudí y Turquía, parecen haber ampliado al brecha que separa a Siria y a sus aliados iraníes y rusos, y más concretamente la interpretación de los puntos relativos al futuro del presidente sirio, Bashar al Asad. Esa brecha quedó clara en la reacción indignada de las dos partes ante esos puntos, o parte de ellos, lo que nos recuerda la trampa en la que cayeron Rusia y China durante la aprobación de la resolución del Consejo de Seguridad para exigir la protección de los civiles libios y que se convirtió en un luz verde para la intervención de los aviones de la OTAN y para cambiar al régimen libio.

A primera vista los nueve puntos cumplen las exigencias sirio-iraníes. Hablan de mantener una Siria unida y laica durante un acotado periodo de transición, la formación de un gobierno de unidad nacional que incluya al régimen y la oposición, la redacción de una nueva constitución y la convocatoria de elecciones generales. Pero una lectura más precisa entre líneas de los mecanismos de aplicación de la etapa de transición y lo que generará, como una nueva constitución o las elecciones parlamentarias y presidenciales, nos permite saber con más detalle las verdaderas intenciones de quienes han promovido este comunicado.

Los regímenes sirio e iraní han manifestado, por primera vez, dudas sobre la postura rusa en relación al futuro de Al Asad. Teherán lo ha hecho a través de Mohamed al Yaafari, el jefe de la Guardia Revolucionaria iraní, y Damasco a través del editorial del diario sirio Al Watan, que preside el señor Waddah Abderrabu, muy cercano al círculo de toma de decisiones en Damasco.

Rusia ha repetido, a través de sus responsables, que el pueblo sirio es el único que puede decidir el futuro de su presidente, en respuesta al ministro de Exteriores saudí, Adel al Yubair, quien con toda confianza, y con ocasión o sin ella, ha hablado de «obligatoriedad», ha repetido la idea de que la marcha de Al Asad es irrevocable, tanto si la solución es política como si es militar.

Uno de los puntos especifica que, una vez reformada la constitución, se celebrarán unas elecciones en las que participará todo el pueblo sirio, tanto los que están dentro del país como quienes se encuentran fuera,  y que contarán con la supervisión de Naciones Unidas. Este será el punto final del periodo de transición. Estas elecciones pueden marcar el futuro del presidente Al Asad y echarle del poder pues el número de sirios en el interior es prácticamente igual al del conjunto de sirios  que están en las zonas  fuera del control del régimen, en los campamentos de refugiados o en países que les dan asilo (11 millones). Eso significa que el régimen, que celebraría los comicios en sus Embajadas en el extranjero, perdería la posibilidad total de controlar la operación electoral en las zonas fuera de su poder y estaría obligado a aceptar sus resultados.

Ahora, después de que se haya calmado el revuelo de Viena y la herida haya comenzado a enfriarse, la inquietud es el común denominador ente los sirios y sus aliados los iraníes en Damasco y Teherán y las diferencias han salido a flote.

Al Yaafari dijo el pasado martes en una ponencia en la Universidad de Teherán que «los rusos no comparten la misma postura que Irán en dos temas: el futuro de Al Asad y Hezbolá», y confirmó que la postura rusa y la iraní no se ajustan porque para Teherán no hay alternativa a Al Asad y este es una línea roja que no se puede cruzar de ninguna de las maneras.  A través de varios de sus responsables, Irán ha amenazado con no participar en la siguiente reunión de Viena si se sigue trabajando en la actual dirección y pone trabas a la implementación de la «deseada» solución pacífica.

Las dudas iraníes han ido en aumento desde que se han hecho públicas las declaraciones de la portavoz del Ministerio de Exteriores ruso, María Zajárova, ampliamente difundidas en las que apuntaba a un cambio de la postura rusa sobre el futuro del presidente Al Asad, cuando negó para la radio Sada Moscú, que para Rusia fuera fundamental la permanencia de Al Asad.  Pero la señora Zajárova, tras el revuelo causado por sus declaraciones, dijo que la postura de Moscú sobre el arreglo sirio no había cambiado y acusó a la prensa occidental de haber manipulado lo que había dicho para que pareciera que su país había cambiado de parecer, e insistió en que Siria es un país soberano, y el destino de su presidente lo debe determinar el pueblo sirio, y que lo más importante es preservar el Estado.

Los temores del régimen sirio a que se acabe con él a través de la participación de los sirios en el extranjero parecen comprensibles, sobre todo si tenemos en cuenta que tres Estados aliados de Damasco, a saber, Rusia, China e Irán,  han firmado los nueve puntos que estipulan literalmente la celebración de elecciones.

¿Rusia y EE. UU. han acordado en secreto preservar el régimen y sus instituciones pero es su presidente al final del proceso político el que puede arrancar con los nueve puntos de Viena como punto de partida?

No tenemos la respuesta y no la vamos a tener en un futuro próximo, pero la «calma» de John Kerry, ministro de Exteriores de EE. UU. a lo largo de las conversaciones de Viena da mucho que pensar, y si estuviéramos en el lugar de Al Asad, estaríamos intranquilos.

 

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