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Túnez está viviendo una grave crisis que puede arrastrar al país al caos si no es solucionada de inmediato por los miembros prudentes de la élite política e intelectual. Aunque estos brillen ahora por su ausencia como consecuencia de la situación enfurecida de polarización política.

Esta crisis tiene vertientes que se ramifican, pero a nuestro parecer la más peligrosa es la grave división en el seno de Al Nahda, el mayor partido de la troika gobernante. Ya no es posible seguir ocultando la batalla que mantienen sus dos alas principales, una liderada por Rashid al Gannushi, líder espiritual y fundador del partido, y la otra por Hamad al Yibali, secretario general de esa formación y primer presidente del gobierno tras las primeras elecciones legislativas celebradas después de la caída del régimen del expresidente Zein al Abidín Ben Ali.

La retirada ayer del gobierno de Al Yibali de los ministros del Partido del Congreso por la República (PCR) ha agravado aún más la crisis porque de consolidarse esa retirada, la coalición gobernante se quedaría coja y no se descarta que se quede manca si el bloque que lidera Mustafa Ben Yaafar, presidente de la Asamblea Constituyente (el Parlamento provisional) decide dar su apoyo al gobierno de tecnócratas que parece empeñado en formar Al Yibali para que sea respaldado por el Parlamento, a pesar de la oposición del otro bando de Al Nahda.

La sorpresa que dio hace tres días Al Yibali con la iniciativa de la formación de un gobierno de tecnócratas sin políticos ha puesto patas arriba el país y ha dejado al descubierto la debilidad y la gran división de las filas de Al Nahda, unas divisiones que llevan ocultas meses. Está claro que Al Gannushi quiere un gobierno integrado por políticos y que se resiste a las presiones que le piden que retire a su yerno, Rafiq Abdessalem, del Ministerio de Exteriores, algo que ha provocado un choque con los otros dos componentes de la troika y sobre todo con el Partido del Congreso por la Republica que preside el actual presidente de la República, Munsif Marzuqui. Este partido laico puso como condición que los ministros de Exteriores y Justicia estuvieran fuera de la enmienda ministerial y amenazó con retirarse si no se respondía a su demanda. El gobierno de tecnócratas fue una propuesta de Al Yibali como salida honorable a esa crisis porque significaba que serían apartados todos los ministros de los dos partidos, incluido Rafiq Abdessalem, titular de Exteriores, pero Al Gannushi se niega a que Abdessalem, que es su yerno, deje esa cartera tras los rumores sobre supuestos abusos económicos en ese ministerio que el propio Abdessalem ha negado amenazando con querellarse con quien difunda esa noticia que él considera mentira. Al Gannushi prefiere que su yerno se retire en otro momento después de pasar página a este tema y de que quede demostrada su total inocencia.

Nos resulta difícil vaticinar, como es normal, las propuestas que puede hacer Al Gannushi para sacar al país y a su partido de esta crisis asfixiante. La lentitud del acuerdo propuesto sobre la crisis de gobierno que se ha retrasado durante más de dos semanas solo ha complicado aún más las cosas y ha dado lugar a crisis todavía más peligrosas.

Al Gannushi tiene una sabiduría que no discute nadie, pero la defensa que está haciendo de su yerno, aunque esta se deba a nuestro parecer a razones válidas, ha hecho mucho daño al partido y debería haber aceptado otra fórmula que evite que Al Nahda y Túnez se precipiten hacia el caos o hacia algo peor.

La vuelta de la unidad a las filas de Al Nahda, y por consiguiente a la troika, debe ser prioridad absoluta para Al Gannushi y para el bando que lidera, aunque eso suponga «tragar veneno» como dijo Jomeini cuando pidió a la gente juiciosa de la revolución iraní que aceptara el alto el fuego en la primera guerra de Iraq. Lo importante es que Túnez persista y que triunfe su revolución, o en otras palabras, que el país no derive en el abismo del fracaso.

Al Nahda mira con mucha suspicacia a quienes escriben sobre Túnez y dicen cosas de sus actuales crisis que no gusta a algunos de sus líderes, que se precipitan a acusarles de desconocer los asuntos del país y no se cansan de repetir el famoso dicho de que nadie conoce mejor su propia casa que uno mismo. A éstos les respondemos con aquello de «quien bien te quiere te hará llorar» porque no se nos debería decir eso cuando millones de árabes nos hemos sumado a la trinchera tunecina dando apoyo y alegría.

No queremos que Túnez siga bajo estas crisis, sin gobierno, sin troika y puede que en breve sin presidente. No creemos que los tunecinos, que tanto se sacrificaron por su revolución, lo acepten. La única excepción será la gente del antiguo régimen que esperan con el alma en vilo que la revolución fracase y que estallen las diferencias entre las corrientes que la protagonizaron.

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