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Husein Machdubi

Alif Post/Al Quds al Arabi, 16/05/2016

Marruecos ha anunciado un cambio estratégico en su diplomacia tras los «inesperados» golpes de sus aliados en Occidente (Washington, Londres o la Unión Europea) en el conflicto del Sáhara. Ese cambio se tradujo en la visita del rey Mohamed VI a China, La India y Rusia para pactar acuerdos estratégicos. La pregunta es si esos países ven a Marruecos como un aliado estratégico para el futuro y si  Marruecos será capaz de darle la vuelta a la ecuación y hacer que Occidente tenga en cuenta sus preocupaciones. Esto podría ocurrir si se crea una base militar común con Rusia en el Atlántico lo que supondría  una coyuntura geopolítica inesperada.

La cuestión del Sáhara es, desde hace décadas, un tema central en la diplomacia de Rabat, y los acuerdos y coaliciones se forjaban en función de la postura de cada Estado sobre el conflicto del Sáhara y de cómo lo entendían de acuerdo a sus intereses. No podemos separar los privilegios económicos, políticos y culturales que tiene Francia en Marruecos de su apoyo internacional en el conflicto saharaui, un apoyo que se refleja en un intento de poner la autonomía al nivel de la autodeterminación en el Consejo de Seguridad, y en su oposición a cualquier solución futura impuesta a Marruecos.

Tras un largo período de estancamiento, el conflicto del Sáhara está viviendo una serie de acontecimientos consecutivos que indican la proximidad de la imposición de una solución por parte de la comunidad internacional, probablemente en el año 2019, ya que el tema ha entrado actualmente en un proceso y una dinámica difícil de frenar.

Históricamente, la cuestión del Sáhara ha estado siempre en manos de Occidente y no de Oriente debido a su localización en el norte de África, una región que tradicionalmente ha estado bajo la influencia occidental y especialmente de Francia, y que no recibió atención suficiente por parte de China o Rusia. Occidente acoge de buen grado la solución de la autonomía y no la considera inapropiada aunque aún hasta ahora no está convencido de que sea una alternativa al referéndum. Gran Bretaña y Estados Unidos apoyan el referéndum de la autodeterminación y no se oponen a la creación de un nuevo Estado en el Sáhara, o, al menos, un Estado ligado a Marruecos. La filosofía anglosajona, que no se opone al cambio en los mapas políticos internacionales, explicaría esa postura.

Consciente de la gravedad de las posiciones adoptadas por Occidente, pese a los servicios prestados, Marruecos está apostando por Rusia y China, países que no desean que haya un cambio en el mapa político internacional, sino mantenerlo como está para evitar un posible caos. Al mismo tiempo Rusia ha mostrado que no renuncia a sus verdaderos aliados en los tiempos de crisis y eso significa que si Marruecos se hace con la confianza de Rusia, Moscú apoyará a Rabat políticamente,  si tenemos en cuenta que el conflicto saharaui no amenaza con hacer estallar el norte de África ni el oeste del Mediterráneo, sino que requiere una sólida postura política que pueda incluso llegar al nivel del empleo del veto.

Los acuerdos que Marruecos ha firmado recientemente con Rusia y China, pese a llevar el sello de “estratégico”, son acuerdos muy normales desde un punto de vista económico y político, pese a que los medios oficiales cercanos al Estado marroquí estén intentando promocionar que esos acuerdos suponen un punto de inflexión en la diplomacia marroquí.

En el pasado hubo situaciones similares. Marruecos firmó con EE. UU. en el año 2012 el  conocido como Diálogo Estratégico y Saadeddín Ozmani, por aquel entonces ministro de Asuntos Exteriores, dijo que Washington empezaría a ser más comprensivo con los intereses de Marruecos en el Sáhara, pero esto no impidió que EE. UU. se desentendiese de Rabat en el Consejo de Seguridad, lo  que se ha convertido en una fuente de preocupación.

Marruecos pactó con la Unión Europea un acuerdo de buena vecindad que implicaba verdaderos “factores estratégicos”, sin embargo el pasado 10 de diciembre, la justicia europea no dudó en anular el acuerdo agrario por los productos del Sáhara. Ese acuerdo estratégico no impidió que muchos países europeos presionaran al gobierno de Rabat sobre la cuestión del Sáhara y esto ocurre con un aliado que protagoniza el 70% de los intercambios comerciales e inversiones de Marruecos.

Los acuerdos pactados con Rusia y China son muy normales. Aunque muchos analistas marroquíes insisten en la importancia estratégica de las futuras relaciones con esos dos países, la prensa y los centros de investigación de Moscú y Pequín no dan ninguna importancia a las nuevas relaciones con Marruecos y tampoco se han realizado estudios sobre este tema. No obstante, esto no quita el interés de Rusia en Marruecos y su deseo de cumplir su principal objetivo no hecho público: obtener facilidades militares en la costa del Atlántico para crear  una base militar conjunta. Moscú ha trasmitido a Rabat su voluntad de desarrollar las relaciones llevándolas a un nivel geoestratégico y no meramente estratégico. Este enfoque lo demuestran los hechos que referimos a continuación.

En primer lugar, Moscú salvó a Rabat, en el mes de abril de 2013, de una tentativa de EE. UU. para confiar a la MINURSO la vigilancia de los derechos humanos en el Sáhara. Por ese entonces, la embajadora de Washington era Susan Rice, que luego fue consejera de Seguridad Nacional en la Casa Blanca y mantuvo una posición más comprensiva con el Polisario que con Marruecos.

En segundo lugar, el presidente ruso recibió al rey Mohamed VI a mediados de marzo de 2016, a pesar de que el monarca suspendió su visita a Rusia en dos ocasiones por razones políticas relacionadas con Siria y con la política de Marruecos hacia Moscú tras la crisis de Crimea.

En tercer lugar, Rusia quiere vender armas sofisticadas a Marruecos, entre ellas un submarino  (a pesar de la firme relación de Moscú con Argelia), y crear una central nuclear en territorio marroquí con el conocimiento de que Occidente está aplazando responder a la petición de Marruecos para construir una central nuclear en su territorio a causa de la presión de España.

El objetivo histórico de Rusia es conseguir facilidades militares de Marruecos en la costa atlántica para crear allí una base militar conjunta que sirva de puerto a los buques militares rusos. Se trata de un antiguo sueño y existen indicios de un posible papel de la URSS en las revueltas de Marruecos de los años 1971 y 1972, dato que se desconocía hasta ahora. Moscú pidió facilidades militares a Rabat, que dudó, y por ello  Rusia recurrió a España y consiguió facilidades temporales. En el puerto de Ceuta, durante los últimos tres años, han atracado 51 barcos, submarinos y fragatas del ejército ruso, aunque España es miembro de la OTAN.

Una base militar en las costas marroquíes o, al menos, una base conjunta, es uno de los escenarios más preocupantes para algunos Estados occidentales. Ni la Rusia zarista, ni la soviética ni la actual han conseguido tener un puerto en el Atlántico, cuyas orillas han sido el escenario de transformaciones internacionales a lo largo de los últimos tres siglos. Su importancia ha ido en aumento actualmente a pesar de que EE. UU. se inclina por el Pacífico, ya que Washington desea reconstruir Occidente a partir del tratado de libre comercio con la UE y a través de un escudo antimisiles uno de cuyos pilares se encuentra en la base de Rota, en la entrada oeste del Estrecho de Gibraltar.

Rusia lleva dos años desplegando barcos militares cerca de las aguas regionales del norte de Marruecos y del sur de España para vigilar los misiles de Rota, y aspira a obtener facilidades por parte de Marruecos tras haber reforzado su presencia en el Mediterráneo.

Una hipotética base militar conjunta provocaría el terror de un país en concreto, a saber, Gran Bretaña, más que España o Portugal, pues supondría una presencia militar oficial rusa en el océano Atlántico. En cambio, esta posibilidad no parece preocupar a Francia, el principal socio de Marruecos. La importancia de esta base aumentaría tras la inauguración del Canal de Nicaragua que China y Rusia quieren como alternativa al Canal de Panamá, una de las decisiones con gran influencia geopolítica en el siglo XXI.

Si Occidente piensa en una decisión así, se replanteará su política con Marruecos y mostrará mayor flexibilidad en la presión que ejerce en la cuestión del Sáhara, e intentará encontrar una solución de mutuo acuerdo y no una imposición como la que planea actualmente y pretende ejecutar en el año 2019. La decisión de crear una base militar conjunta es una decisión geopolítica a largo plazo y no una decisión estratégica temporal.

Una decisión de este tipo empujaría a Moscú a intervenir para encontrar una solución al conflicto del Sáhara a través del acceso argelino, y no necesariamente aplicando la propuesta de Argelia (a pesar de la buena relación que mantienen ambos países). Estas transformaciones harán que el conflicto del Sáhara pase gradualmente de manos de Occidente a Oriente, pero no habrá un avance real sin democratizar el país.

Al mismo tiempo, una decisión de este tipo podría ser muy costosa para Marruecos dado que su principal socio económico es Occidente y su economía aún no está lo suficientemente diversificada. Pero lo cierto es que Occidente parece haber empezado a abandonar Marruecos y el rey Mohamed VI señaló en su discurso en Riad del pasado 20 de abril que hay  una conspiración occidental contra su país y asegura que «Marruecos no está protegido por ningún Estado y puede tomar las decisiones que tengan en cuenta sus intereses».

Ofrecer a Rusia una base militar conjunta en el Atlántico, mientras el Kremlin está redesplegando sus tropas a nivel internacional, sería sin duda una de esas decisiones históricas tomadas por los árabes en determinados momentos, que son muy escasos, como la decisión de  nacionalizar el Canal de Suez en los años cincuenta y de prohibir exportar petróleo a Occidente en 1973.

Los árabes se han acostumbrado a temer las decisiones geopolíticas mientras que Occidente no se preocupa por ellos cuando tiene que tomar decisiones que responden a sus intereses. Un ejemplo es la política actual de Washington en Oriente Próximo que elige a Irán como interlocutor en lugar de a los países del Golfo, a pesar de las relaciones históricas entre ambas partes.

Traducción de Rania Chaui

Viñeta de Buali para el diario Hespress

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