Yemen está al borde de la que puede ser la peor etapa de su historia. Ansaralá tiene detractores poderosos a los que la sorpresa puede haber frenado provisionalmente, pero que no se darán por vencidos en esta situación que encumbra a Ansaralá a lo más alto de la escena política. Hay detractores de Ansaralá entre los partidarios de la revolución, en la Agrupación Yemení por la Reforma y en sus bases tribales, en la corriente suní en general y tal vez dentro del Ejército que no puede ser un «ejército huzí». Una guerra civil es lo último que necesita Yemen.

 mapa peninsula arabiga

 

Ahmad Yusef Ahmad

Al Ittihad (Emiratos Árabes Unidos)

 

Las últimas evoluciones de Yemen son un peligroso punto de inflexión en la actual crisis del Estado árabe que se enfrenta al reto de supervivir. Esa crisis empezó en Somalia en los años 90 del siglo pasado y siguió por Iraq, tras la invasión estadounidense en 2003, Sudán, con la secesión del sur, Siria, cuyo Estado sufre una amenaza real desde el inicio de su primavera en 2011, Libia, que es un no-Estado desde la caída del gobierno de Gaddafi, y Yemen, cuyos líderes han aconsejado a sus fuerzas armadas y de seguridad que traten a los rebeldes como «amigos». ¿Habrá más? En todos estos países el desgaste del Estado ha impedido estar a la altura del desafío. El avance de los huzíes que hemos presenciado estos días no ha sido una sorpresa ya que había síntomas desde hacía tiempo. La sorpresa ha sido la rápida caída Saná señal de un desgaste extremo. El expresidente Ali Abdalá Saleh fomentó el movimiento huzí en los años 90 con el objetivo de equilibrar el ascenso de las fuerzas del islam político representado por el partido de la Agrupación Yemení por la Reforma pero luego, cuando se volvieron en su contra, fue incapaz de controlarlos.  Es la historia de siempre, un juego peligroso al que ya jugaron otros antes que él.

Las deterioradas condiciones del país en la era del antiguo presidente beneficiaron la expansión del poder huzí, pero también la tiranía, la pobreza y la corrupción contribuyeron a ampliar su base popular. Ejemplo de ello ha sido la impopular subida de los precios del combustible que se tradujo en un aumento del apoyo popular a los huzíes. Pero el aumento del poder y la influencia de los huzíes tiene otra dimensión que solo puede ser entendida en el contexto de la estrategia regional de Irán para ampliar la influencia iraní en el mundo árabe. Después de Siria, Líbano e Iraq, le tocaba el turno a Yemen. Que Irán apoya a los huzíes es evidente. El movimiento huzí fue fundado por Badreddín al Huzi que vivió en Irán entre 1994 y 1997. Su hijo Huseín, que le sucedió en la dirección del movimiento, vivió varios meses en la ciudad de Qom y visitó a la cúpula de Hezbolá en Líbano donde manifestó su profunda admiración por el grupo libanés y su orgullo de que los huzíes compartieran con él su base ideológica. En el marco de la su lucha contra el movimiento huzí, las autoridades yemeníes hallaron armas iraníes en sus escondites, por no hablar del apoyo mediático iraní y cómo se enseña la revolución iraní en los cursos de formación y los centros educativos de la Unión de Jóvenes Creyentes, el brazo juvenil del movimiento, y la cercanía de sus lemas con los de Irán y Hezbolá: Muerte a Estados Unidos, muerte a Israel, maldición a los judíos y victoria para el islam.

Cuando los huzíes desertaron del régimen de Ali Abdalá Saleh en 2004, recurrieron a las armas hasta el estallido de la revolución de 2011. En ese tiempo se produjeron al menos seis choques militares entre los huzíes y las autoridades y en el primero de ellos fue asesinado el entonces líder del movimiento, Husein al Huzí, al que le sucedió su hermano pequeño, Abdelmalik. Estos choques difirieron en cuanto a duración y grado de violencia. Los intentos de encontrar una solución política se fueron al traste en varias ocasiones y los huzíes tomaron varias ciudades. Por eso el asalto de Saná no es algo nuevo. La novedad es que Saná es la capital y por lo tanto allí están las instituciones políticas y los símbolos del poder del Estado de Yemen. Esos choques militares provocaron a la economía yemení pérdidas de miles de millones de dólares. Pero al estallar la revolución popular yemení en 2011 se produjo un cambio en la estrategia: los huzíes apoyaron las revueltas y se incorporaron a ellas a pesar de su afán de mantener su independencia como organización porque ellos abogan por la restauración de la institución del imamato derrocada por la Revolución de Septiembre de hace cincuenta y dos años.

Inmediatamente después de que los huzíes tomaran Saná, el representante de la ONU para Yemen viajó a la capital y el 21 de septiembre se alcanzaba un Acuerdo de Paz y Asociación Nacional. Lo más llamativo de este acuerdo es que, a pesar de intentar equilibrar las facciones políticas de Yemen, refleja claramente un nuevo equilibrio de poder. El más indicativo de los términos del acuerdo es el primer y más importante artículo que estipula la formación de un gobierno tecnócrata en un plazo máximo de un mes. La formación de este gobierno se basará en una asociación nacional que garantizará «una amplia participación de los elementos políticos». El segundo punto del acuerdo estipula que el presidente de la República nombrará a «dos asesores políticos, uno de Ansaralá (huzíes) y otro del movimiento pacífico Al Harak al Yanubi» que marcarán al presidente «los requisitos que deberán cumplir los candidatos que se presenten a los cargos del nuevo gobierno» y remitirán «tanto al presidente como al primer ministro sus recomendaciones sobre la distribución de las carteras de gobierno entre los elementos políticos». Además el presidente de la República les consultará en la resolución de las denuncias relativas a las candidaturas de los ministros. O sea que Ansaralá y Al Harak al Yanubi, que disponían de apenas cinco escaños en la conferencia de diálogo nacional (21%), tendrán ahora derecho a veto en la formación del nuevo gabinete  yemení. Sabemos que Ansaralá hacía la corte a Al Harak al Yanubi mientras reforzaba sus demandas. Lo más peligroso es que Ansaralá se negó a firmar el anexo de seguridad del acuerdo que exige el desarme de todas las partes y la recuperación de todas las armas robadas al Estado, así como el alto el fuego inmediato en Saná y sus alrededores, Al Yauf y Mareb y la retirada de todos los grupos armados. Esta negativa significa que la última palabra la seguirán teniendo las armas que ahora están en manos de Ansaralá después de que el Ejército y las fuerzas de seguridad se retiraran de los combates.

Yemen está al borde de la que puede ser la peor etapa de su historia. Ansaralá tiene detractores poderosos a los que la sorpresa puede haber frenado provisionalmente, pero que no se darán por vencidos en esta situación que encumbra a Ansaralá a lo más alto de la escena política. Hay detractores de Ansaralá entre los partidarios de la revolución, en la Agrupación Yemení por la Reforma y en sus bases tribales, en la corriente suní en general y tal vez dentro del Ejército que no puede ser un «ejército huzí». Una guerra civil es lo último que necesita Yemen. Esta guerra, en caso de producirse, creará un clima adecuado para una fragmentación imprevisible del país. No debemos olvidar la historia del sur de Yemen antes de la independencia. A Yemen no le hace falta más influencia iraní o estadounidense justificada por los acontecimientos recientes. A todos los yemeníes capaces de influir en el futuro de su país: tengan piedad de su patria.

Entradas recomendadas

Aún no hay comentarios, ¡añada su voz abajo!


Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *