Amyad Rasmi_SH_Corona Virus

Al Quds al Arabi, 15/03/2020

 

Las políticas locales e internacionales de cualquier país proporcionan un resumen de las opiniones de las élites gubernamentales sobre las cuestiones fundamentales que les conciernen y las prioridades por las que velan. En las dos primeras décadas del nuevo siglo, dentro de los sistemas democráticos, hemos sido testigos en un principio de una catastrófica oleada de tendencias políticas con lemas populistas que prometen a sus pueblos que las condiciones económicas y políticas del país mejorarán (¡o incluso que volverán a ser grandes!) al expulsar de estas sociedades a los desconocidos, los extranjeros y los inmigrantes, y por extensión, incluso a los ciudadanos racial o confesionalmente diferentes dentro de aquellas, fortaleciendo las fronteras y construyendo colosales vallas que hagan realidad esta separación e impidan que “los otros” nos hagan llegar “sus enfermedades”.

 

La elección del presidente estadounidense Donald Trump fue el punto culminante de esta ola, que también consiguió otras victorias en el lado europeo, como el éxito del movimiento de salida de la Unión Europea en el Reino Unido (el Brexit), o el ascenso de los partidos de extrema derecha en Alemania, Austria, Francia, España y Hungría. De la misma manera, de entre los hechos que demuestran la expansión de esta tendencia por el mundo destacan el éxito del partido nacionalista hindú Bharatiya Janata, en la India, que ha provocado grandes disturbios y ataques contra los musulmanes, la elección del presidente Jair Bolsonaro en Brasil, y el consiguiente ataque a las minorías religiosas y étnicas, e incluso la acusación contra las autoridades de estar tras los masivos incendios sufridos en la selva del Amazonas. Sin embargo, lo más sorprendente de este fenómeno fue la transformación de la líder opositora en Myanmar, San Suu Kyi, ganadora del Premio Nobel de la Paz por su gran defensa de las libertades democráticas, en un importante motor de la campaña de represión, genocidio y desplazamiento de cientos de miles de personas de la minoría musulmana Rohinyá, tras convertirse en la primera ministra del país.

 

Si este ha sido el caso de los sistemas democráticos, no es sorprendente que los regímenes despóticos se hayan hecho más tiranos, rígidos y feroces, ni que los juegos electorales de cara al exterior ya no sean necesarios. Ese es el caso de Rusia, a la sombra de su presidente, Vladimir Putin, quien pronto se convertirá en presidente vitalicio, continuando su trayectoria política de apoyo de los regímenes tiránicos, la intervención armada en los países que la rodean, en Siria y en Libia, sus intentos de influir en las democracias occidentales, apoyando a los partidos de derecha racista, y asimismo, a los regímenes totalitarios que reconocen abiertamente sus dictaduras, como China, quien también cumplió con su deber con la minoría musulmana uigur, deteniendo a cientos de miles de ellos.

 

El coronavirus ha revelado estas políticas en su estado puro, llevándolas a la cima de la ironía. Cuando el virus comenzó a expandirse por China, aumentó el racismo contra los chinos y los asiáticos en general; pero cuando la enfermedad se trasladó a Italia y la Organización Mundial de la Salud anunció que ese país se había convertido en el foco de la epidemia, el racismo europeo se enfrentó a una difícil paradoja para asimilar la conmoción, aunque no duró mucho. Los europeos ignoraron las llamadas de ayuda de los italianos y aparecieron todo tipo de burlas y advertencias contra ellos, antes de que la pandemia se trasladase rápidamente a todos los países europeos. Ya no hay lugar para las maniobras racistas, el pánico se ha vuelto general y la gente teme a cualquier persona, conocida o desconocida, mientras que Trump consigue mantenerse en su línea situando a Estados Unidos por encima del mundo, deteniendo todos los viajes a su país desde Europa, y permitiendo que el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, vincule la expansión del virus a los refugiados.

 

Era de esperar que, en las complicaciones de la epidemia, surgieran también acusaciones de «guerra biológica» contra los opositores, como hizo Irán acusando oficialmente a Estados Unidos de que las sanciones económicas en su contra contribuían a la propagación de la pandemia. Del mismo modo, un funcionario chino acusó a Estados Unidos, y Bahréin y Arabia Saudí acusaron a Irán de permitir a los ciudadanos de ambos países entrar en el país sin sellar los pasaportes, por lo que regresaban infectados a sus países donde propagaban el virus.

 

El coronavirus es político en más de un sentido. La Administración Trump ha reducido los fondos para la investigación de la epidemia y contribuyó a detener las iniciativas para proteger a los estadounidenses de la posibilidad de una gran expansión de la epidemia, cerrando en 2019 el programa de investigación Predict, que puede rastrear y buscar más de mil formas de virus. Asimismo, la política de ignorar el calentamiento climático es bien conocida, y se puede seguir esa tendencia política a través del sistema global al que nos hemos referido y que está llevando a cabo, en esencia, una guerra biológica contra supuestos “otros”. Pero mientras siga en la cima del poder, no le importa que esta guerra biológica también le afecte, ya sea como consecuencia del calentamiento del planeta, las guerras civiles, o epidemias como el coronavirus.

 

Viñeta de Amyad Rasmi para Al Sharq al Awsat

 

Traducido del árabe por Luis Serrano Lora en el marco de un programa de colaboración de la Facultad de Traducción e Interpretación de la Universidad de Granada y la Fundación Al Fanar.

 

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