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Las llamadas de auxilio aumentan a diario desde la ciudad de Faluya, en la provincia de Anbar, en el oeste de Iraq, asediada desde hace meses. La escasez de alimentos, la dificultad de conseguirlos, la falta de medicamentos y el aumento de los bombardeos del régimen iraquí y la coalición internacional liderada por los Estados Unidos, han convertido la ciudad y sus habitantes (alrededor de 100.000 personas) en víctimas de una catástrofe humanitaria similar a la ocurrido en la ciudad siria de Madaya. La magnitud de la catástrofe aumenta al impedir a las familias (entre ellos niños y ancianos) escapar del infierno del asedio hacia ciudades vecinas, especialmente a Bagdad, dejando a los desplazados, con todas sus pertenencias, a la intemperie durante largos períodos de tiempo como si estuvieran a la espera de un visado para un país extranjero y no entrando a la capital de su país.

No es la primera vez que Faluya es víctima de asedios y bombardeos. En los años 40 del siglo pasado, Faluya fue símbolo de la resistencia contra la ocupación británica. De hecho, nuestro famoso poeta Rusafi la saludó diciendo: «Que la paz esté contigo, oh Faluya». La voz del gobernador otomano Daúd pachá (Bagdad 1183-1816) se alza entre los barriles bomba del régimen, el zumbido de los aviones estadounidenses y el avance de las tropas británicas; mientras le da instrucciones a su secretario Sayed Aliwi y a sus oficiales de alto rango al despedirse de ellos cerca de Abu Graib, antes de ser enviados a invadir Faluya y sus alrededores del alto Éufrates: «No queremos una guerra larga, debe ser veloz. No queremos una pequeña victoria, debe ser una victoria grande y contundente».

«El pachá estaba seguro de su victoria pues había elegido detenidamente su objetivo, el lugar de la batalla y el tiempo adecuado» comentó el novelista Abderrahmán Munif en su novela La tierra oscura. Sayed Aliwi no preparó ningún plan militar, dejó que sus oficiales actuaran dado que lo único necesario para someter a la gente era «romperle la cabeza». Tras días de fracaso en lograr una rápida victoria, el oficial comunicó a sus soldados lo siguiente: «Si veis a un hombre, aunque sea invidente, matadlo». Esta política genocida la aplicaron los soldados israelíes casi doscientos años más tarde: «Esas eran nuestras indicaciones y nuestras prácticas: disparar a todo lo que se  mueva a nuestro alrededor» afirma el soldado estadounidense Michael Blake. La matanza no se limitó a la época de guerra, sino que se recrearon con instrumentos de muerte por radiación. El uranio empobrecido, incluso mucho después de finalizar la guerra, acabó con la vida de mujeres y niños pues su efecto es peor que el de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, Japón. Pero, ¿qué ha hecho el régimen, la comunidad internacional y las Naciones Unidas para atender a las víctimas, limpiar las zonas afectadas y exigir cuentas a los responsables de este crimen horrible?

Nada. Taher Bumedra,  ex jefe de la Oficina de Derechos Humanos de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Iraq, afirmó en un encuentro con el periodista iraquí Salam Musafir del 2 de abril lo siguiente: «He recibido muchas quejas de los afectados por el uso de armas radioactivas como el uranio empobrecido. Le pedí a la Organización Mundial de la Salud que lo investigara, a lo que respondieron que no tenían competencia en dicha materia y que no era de su incumbencia, aunque en realidad forma parte de su principal misión. Pero, por desgracia, todos los involucrados quieren evadir su responsabilidad. La Embajada estadounidense no quiere que nadie hable de las repercusiones del uso de armas radioactivas y por ello, nadie en Naciones Unidas osa abordar el tema».

¿Qué ocurre con el asedio actualmente?
El asedio provoca enfermedad y muerte, un castigo colectivo impuesto por el régimen a una ciudad que lucha por seguir adelante, a la sombra de las matanzas del Estado Islámico y las milicias a Al Hashd al Shaabi. Sin entrar en el juego de cifras sobre las víctimas de estos actos inhumanos, ambos bandos son la cara terrorista de la misma moneda, aunque quieran legitimarse a costa del otro. El derecho internacional prohíbe el castigo colectivo y se aplican las disposiciones del derecho humanitario internacional (las leyes de guerra) en los casos de un conflicto armado. Dicho castigo es vinculante para todas las partes del conflicto, incluidas las milicias.
Estas reglas y principios están destinados a proporcionar protección a todo aquel que no participe activamente en actos hostiles, especialmente a los civiles y a aquellos que en algún momento participaron en dichos actos, a los heridos o a aquellos que se rindan o sean capturados de una forma u otra. Presenta las normas de conducta humanitaria y limita los medios y métodos utilizados en la ejecución de las operaciones militares. El derecho humanitario internacional es firme con quien lo incumple, y esto incluye la toma de rehenes y la privación arbitraria de la libertad,  que son todos crímenes de guerra.

Legalmente, el régimen iraquí ha violado (y lo sigue haciendo) muchos de sus artículos, entre ellos, fracasar o abstenerse en cumplir su supuesta función de proteger a los ciudadanos y proporcionarles sus necesidades vitales básicas, tales como alimentos, medicamentos y refugio, en todas las circunstancias y especialmente durante una guerra, independientemente de los bandos implicados. En segundo lugar, no exigirle cuentas a las milicias de Al Hashd al Shaabi; y finalmente, la clasificación de los ciudadanos como terroristas para posteriormente ser atacados con el pretexto de la lucha contra el terrorismo, sin facilitarles ayuda humanitaria.

Mientras que el recuento de víctimas es un misterio, testimonios filtrados de los familiares demuestran el empeoramiento de la calidad de vida en lo que respecta a las necesidades básicas diarias; la espera de la denominada batalla de «la liberación de Faluya» paraliza la vida privada tras la «liberación de Ramadi» que ocasionó la destrucción del 80% de la ciudad. «Algunos de los que se encontraban en Hit y Ramadi, tanto residentes como personas de paso, dijeron que al prolongarse la batalla entre ambos bandos, se derramó más sangre que la lluvia caída en los días anteriores. El agua del río, que bajaba turbia, al mezclarse con la sangre pasó a tener un color marrón oscuro casi negro». Los que allí estaban afirman que nadie se libró de la matanza, ni los niños. Mujeres y ancianos fueron asesinados, murieron miles o incluso más. Sayed Aliwi dijo a los soldados: «No queremos prisioneros ni testigos que informen sobre lo ocurrido».

Faluya se convirtió en una tierra testigo que transmite lo ocurrido a sus ciudadanos, su resistencia, su rechazo a rendirse ante el ocupante. ¿Podrán los Pachas de hoy en día, imponiendo un asedio, matar su tierra?

Traducido del árabe por Rania Chaui Ludie

Viñeta del diario iraquí Al Mada

 

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