Husein Abdel Husein, Al Mudun, 14/04/2015

 

Desde el primer momento en el que el reino de Arabia Saudí anunciara el comienzo de la operación Tormenta de la Firmeza contra los rebeldes huzíes, los entusiastas estadounidenses de la cuestión siria centraron su atención en los resultados de esta campaña ofreciendo varias hipótesis, entre ellas, que dicha operación podría ser un éxito para la alianza árabe la cual conseguiría sus objetivos en Yemen y que se ampliaría a Siria.

Las esperanzas de estos estadounidenses las reforzaba la aparición de una serie de informes en los que la administración de Barack Obama sugería a las agencias gubernamentales pertinentes que ofrecieran «todo el apoyo que fuera posible y necesario» a la alianza árabe. Son muchos los que tienen conocimiento de dichos informes y conversaciones internas sobre el Yemen, en las que altos cargos del gobierno de Obama afirman que «la actual política estadounidense hace lo necesario para evitar cualquier tipo de tropiezo en Yemen, proporcionando así mayores garantías de éxito».

Las ayudas estadounidenses a la operación Tormenta de la Firmeza incluyen apoyo logístico, como la provisión de combustible a los aviones de combate durante el vuelo para que puedan llevar a cabo combates aéreos que sirvan de refuerzo a los combates terrestres contra los huzíes. Además, se ha creado una base de datos común de los servicios de inteligencia estadounidenses y saudíes.

El director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), John Brennan, es uno de los que más sabe acerca de la cuestión yemení desde que fuera asesor principal de presidente en cuestiones terroristas. El anterior subdirector de la CIA, Michael Morell, desveló los contactos de su agencia con los huzíes en el marco de la guerra estadounidense-yemení contra Al Qaeda en de Península Arábiga centrada en el sur de Yemen.

Sin embargo, el apoyo estadounidense en Yemen no se encuentra al nivel exigido. EE. UU. no quiere realmente la derrota de los huzíes, sino que aspira a equilibrar las fuerzas en su contra para obligarles a mantener un diálogo entre iguales con el gobierno yemení y el presidente Abderrabu Mansur Hadi. Tanto en Siria como en Yemen, Washington cree firmemente que cualquier guerra que no tenga por objetivo Al Qaeda es una pérdida de esfuerzo y de tiempo, ya que permite que la organización se siga expandiendo.

El apoyo de EE. UU. a la Tormenta de la Firmeza tiene objetivos políticos, y algunos responsables de la administración de Obama afirman que confirmaría el apoyo estadounidense a los países árabes del Golfo. Y es lo que Washington trata de demostrar para reducir el temor árabe ante un inminente acuerdo nuclear con Irán, además de debilitar a los aliados de Irán en la zona para presionar a los iraníes y que hagan algunas concesiones en las negociaciones nucleares.

Por ello, cuando en la capital estadounidense, dentro y fuera de la administración, se propuso la ampliación del radio de acción de la operación Determinación Inherente contra la organización Estado Islámico en Siria e Iraq en la que participan Arabia y otros países árabes, para incluir entre los objetivo a las tropas sirias del presidente Bashar al Asad, los responsables de Obama dieron la impresión de que esa propuesta estaba siendo estudiada.

Hace unos meses en la capital estadounidense se oyeron noticias según las cuales se estaba trabajando en la formación de una «fuerzas árabe-turca conjunta» para entrar en el terreno en Siria, zanjar la batalla contra el Estado Islámico y estabilizar la situación allí. Fuentes del presidente Obama afirman seguir abiertas a sugerencias y ofrecer el apoyo necesario a una fuerza de ese tipo.

Sin embargo la intervención árabe en Siria contra el Estado Islámico y Al Asad se enfrentaría a numerosos problemas, entre ellos, en primer lugar la posible oposición de grandes Estados árabes, y en segundo lugar que cualquier ayuda estadounidense no sea «seria», ya que una intervención en Siria exige la destrucción de las defensas aéreas de Al Asad, lo que la hace más compleja que la intervención en Yemen.

La política real de EE. UU. hacia Siria continúa siendo la que era o mantiene la forma que estableció Morell en septiembre de 2013, cuando dijo: «Hoy, Al Asad se siente victorioso. Y si no tiene un estímulo (para dialogar), se pedirá apoyo adicional para la oposición a fin de que ejerza una mayor presión sobre él y le obligue a sentarse a la mesa de negociaciones». Y añadió que el apoyo a la posición siria armada «no debe ser tanto que haga pensar a la oposición que Al Asad no debe estar presente en las negociaciones» y que «el equilibrio en Siria es extremadamente difícil».

No obstante, la entrada de tropas terrestres árabes en Siria hará que el tema del equilibrio con Al Asad sea diferente a como es ahora, como han observado algunos responsables estadounidenses que empujan en esa dirección con una administración Obama que parece preferir las maniobras y las bufonadas a las estrategias y a las realidades.

 

Traducido por María Isabel Escribano dentro del programa de colaboración con la Universidad de Granada.

 

 

 

 

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