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Aunque Francia y los países de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental comenzaron a tocar los tambores de guerra en Malí hace meses y París logró una resolución internacional del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas con la bendición de los belicistas, el arranque anticipado de esta guerra ha sido una sorpresa ya que se esperaba en septiembre, o sea dentro de más de siete meses. En paralelo a los tambores de guerra hubo llamamientos regionales e internacionales a buscar una solución política alternativa y a considerar la guerra como la última de las opciones pero parece ser que los grupos islamistas armados que estuvieron negociando a través de Ansar al Din se convencieron durante ese proceso negociador de que el gobierno maliense, y detrás de él Francia, se tomaban más en serio la guerra que la solución política, así que decidieron hacerse con la iniciativa fijando una fecha y un espacio para el conflicto en previsión a los planes franco-africanos que se estaban preparando a fuego lento para una intervención militar, y optaron por arrastrar a la guerra a los franceses y a los africanos antes de tiempo, antes de que terminasen de cocinar su plan.

Y se avanzó hacia una guerra con condiciones incompletas: el grupo Ansar al Din, el frente negociador de esos grupos islamistas, decidió retirar la oferta hecha en suelo argelino de parar las acciones armadas en Mali y pidió al mediador africano, el presidente de Burkina Faso, Blaise Compaoré, el aplazamiento de la cita de las sesiones de negociación previstas el 14 de enero para estudiar una hoja de ruta presentada por el movimiento para solucionar la crisis de Azawad basada en la concesión de una autonomía bajo un sistema que permitiese aplicar la sharía. Posteriormente el movimiento Ansar al Din y detrás de él Al Qaeda en el Magreb Islámico, el movimiento Monoteísmo y Yihad en África Occidental y el Movimiento de los Enmascarados (un grupo disidente de Al Qaeda dirigido por Mujtar Belmujtar) consolidaron sus decisiones congelando las negociaciones y enviando tropas desde Tombuctú al centro de Mali para atacar Mopti y hacer creer a franceses y malienses que los islamistas armados habían decidido avanzar hacia la capital obligándoles a tomar la decisión precipitada de entrar en la guerra.

Los franceses se movilizaron de inmediato y los grupos islamistas consiguieron alterar los planes franceses: Francia incumplió su promesa de no intervenir con tropas terrestres en la guerra que estaba preparando y de ofrecer solo apoyo logístico y estratégico. Con las tropas de los movimientos islamistas en los aledaños de Mopti, que ya controlaban Kuna, y el colapso del ejército maliense como consecuencia de sus ataques, Francia no tenía otra opción que dar marcha atrás en sus promesas y apresurarse a enviar tropas a Mali para impedir la caída de la capital. Los islamistas lograron meter a Francia en el enfrentamiento y empezar a recoger frutos desde el primer día: derribaron dos helicópteros franceses y mataron a dos soldados galos, obligando a París a renunciar a la efectiva baza de los helicópteros al ver que los islamistas podían derribarlos. De ahí que se estén centrando en ataques aéreos a larga distancia a través de aviones Jaguar, Mirage y Rafale. París envió centenares de soldados franceses para proteger la capital maliense y a su colonia francesa residente allí (cerca de 6.000 personas), un despliegue de tropas que respondía a las aspiraciones de los grupos salafistas que buscaban un punto más cercano donde cazar a los franceses. Todo esto, además de la participación directa de las tropas francesas en la guerra ha dado un impulso moral a los combatientes islamistas porque se ven en un enfrentamiento abierto con lo que consideran «una invasión de una cruzada francesa» lo que legitima su guerra ante la opinión pública islámica y más concretamente entre la población local y los seguidores de las corrientes yihadistas.

El movimiento que se han arriesgado a hacer los islamistas de Azawad en dirección al sur no sólo pretende meter a los franceses en el campo de batalla sino también a los países de África Occidental que también han enviado tropas a Mali para participar en la guerra. Estos efectivos seguramente no están ni equipadas ni preparadas, y además carecen de un plan bélico claro por las prisas con que han intervenido. Estos factores van a facilitar el trabajo de los combatientes islamistas.

Los militantes islamistas lograron también, gracias al arma de la iniciativa, determinar el campo de batalla y desviar temporalmente el objetivo de la guerra: de la liberación de la provincia de Azawad para devolverla a la soberanía de Mali al intento de evitar el avance de los islamistas hacia el sur. Las batallas terrestres tienen lugar ahora en el centro de Mali (la provincia de Mopti y la ciudad de Diabala), fuera del territorio de Azawad.

Por otro lado, podemos decir que los grupos islamistas pueden haber apresurado la guerra en un momento en el que las puertas del diálogo no estaban cerradas aún. Así, se diluyó la oportunidad de buscar una solución pacífica, que contaba con el apoyo de algunos países vecinos, en particular de Argelia y Mauritania, así como del mediador africano, Burkina Faso. Este movimiento rápido hacia el sur y la declaración de guerra pueden hacer perder a los movimientos armados el respaldo de algunos países que rechazaban la guerra y que hoy participan en ella o están a punto de hacerlo, especialmente Argelia y Mauritania. Puesto que muchos ven el avance de los salafistas armados hacia el sur como un acto expansionista, agresivo e inaceptable que se debe contrarrestar con firmeza.

Volvamos a la política de África-Francia: Francia ha justificado la intervención con el pretexto de haber recibido una solicitud maliense pidiendo ayuda para hacer frente a los islamistas armados, también se apoyó en la Resolución Nº 2085 del 20 de diciembre que permite el establecimiento de una fuerza internacional para apoyar a Mali en su lucha por recuperar el norte. Así como por otras razones, como para evitar la instalación de una entidad “salafista terrorista” en la región que supondría una amenaza para la zona y el mundo entero.

Sin embargo, hay una lectura que atribuye las verdaderas causas de la intervención francesa en Mali a la protección de los intereses franceses en la región y el intento de reforzar la presencia francesa en una zona tradicionalmente considerada como parte de su hegemonía por su relación colonial, y es porque, sobre todo, se trata de una zona en la que los expertos creen que puede haber grandes riquezas petroleras, de gasíferas y minerales. Además, está cerca de los yacimientos petroleros argelinos, que suponen un importante recurso para los franceses, y de las zonas mauritanas donde se están realizando prospecciones con indicadores positivos. Esta guerra supone también el primer verdadero revés a las promesas del presidente socialista francés, François Hollande, de poner fin a la era de la política «África-Francia» entendida como una extensión del control francés sobre África. La misma política que había llegado a su fin, según dijo Hollande durante su visita a la capital senegalesa, Dakar, el pasado mes de octubre. Asegurando que las relaciones franco-africanas se basan hoy en la asociación y la independencia de una parte en relación a la otra. Hoy, Hollande vuelve a enviar tropas a Mali para hacer la guerra, en lo que se considera una reencarnación de la política con dimensión colonial «África-África».

Aunque los franceses han dicho que la intervención era para proteger la capital Bamako y evitar la repetición de la experiencia Somalí en Mali, con su empeño por una guerra de consecuencias desconocidas, están allanando el camino a la opción somalí, ya que es bien sabido que la razón principal detrás de la prolongación de la crisis somalí y toda su complejidad fue el envío de tropas africanas mal equipadas y formadas a Somalia. Nadie ha ganado la batalla y hoy, la guerra continúa. Se teme una repetición de la experiencia somalí por el envío de tropas africanas que no están bien preparadas para ganar la batalla a los grupos armados, naufragará en el pantano de Azawad como naufragó en el pantano somalí. Es una opción posible si se tiene en cuenta que las tropas africanas están acostumbradas y formadas para la lucha en la selva y los bosques, en las playas y costas, pero no tiene experiencia en el desierto a diferencia de los grupos armados que llevan viviendo en el desierto durante muchos años, y conocen bien el territorio.

Incluso si los franceses ofrecen apoyo directo a esas fuerzas participando con ellas en la guerra terrestre, la experiencia estadounidense y occidental en Afganistán se puede repetir en Azawad. Por lo tanto, todas las posibilidades están abiertas para una guerra que nadie sabe cuándo y cómo acabará. Es probable que los islamistas armados abandonen las grandes ciudades para volver a sus bastiones en las montañas de Tagargart al norte de Azawad, que ellos llaman ‘Tora Bora del Magreb Islámico’ por su inaccesibilidad, además de refugiarse en los bosques y los desiertos de la región, y librar una guerra de guerrillas dirigida a desgastar a las tropas africanas y francesas. Una guerra basada en la paciencia, la capacidad de escurrirse del enemigo y el conocimiento del terreno.

Cabe destacar que el volumen de las fuerzas armadas del movimiento islámico armado en Azawad y la naturaleza de su armamento complica aún más las cosas, así como su penetración en la sociedad del Azawad. Es sabido que el grupo de Ansar al Din se compone principalmente de tuaregs y el grupo Monoteísmo y Yihad en el oeste de África, compuesto en su mayoría de tribus árabes de la región de Gao y el este de Azawad. Mientras que Ansar al Sharía se compone de las tribus árabes de Tombuctú, de las tribus y las zonas occidentales de Azawad. Por su parte, los argelinos y los mauritanos controlan Al Qaeda en el Magreb Islámico, con una fuerte presencia de hombres armados de Azawad. Estos movimientos aprovechan el sufrimiento de la población de Azawad, especialmente los tuaregs y árabes, la opresión y la marginación que han padecido en las últimas décadas, así como el temor de que la próxima guerra sea étnica por la naturaleza de los participantes: países de África Occidental con logística y apoyo francés a las milicias de carácter étnico que pertenecen a Songhai (las milicias del Condo Iso que actualmente se entrenan en los campamentos del centro de Malí) para participar en la guerra. Se teme que estas milicias repitan la experiencia de los años noventa, cuando el ejército maliense les proporcionó armas para atacar a los tuaregs y árabes. Entonces cometieron acciones que bien podrían ser calificadas de genocidio: violaciones, quemaron aldeas e invadieron ciudades, etc., lo que probablemente refuerza la hipótesis de que dos movimientos islamistas en la zona se sumen al conflicto si las fuerzas malienses entran en Azawad, a saber, el Movimiento Nacional para la Liberación de Al Azawad y el Movimiento Árabe de Azawad, ambos se oponen a los grupos salafistas, pero coinciden con ellos en el rechazo a la vuelta del ejército maliense a Azawad.

La división en Bamako a la intervención extranjera se añade a toda esta complejidad, sobre todo por la existencia de más de una cabeza de poder en Bamako, cada una con su opinión sobre la intervención extranjera. En el momento en el que presidente de transición, Dioncunda Traoré, y su gobierno aplauden esta intervención, hay quién mira a las tropas africanas y a la intervención extranjera en general con recelo y dudas.

La última postura en conocerse es la del líder de los golpistas, el capitán Amadu Sanogo, todavía considerado como el personaje más influyente de Bamako, y quién rechazó en más de una ocasión la presencia de tropas extranjeras en el territorio maliense. El líder de los golpistas y actual presidente de la comisión encargada de la reforma y la rehabilitación del ejército ve en las fuerzas extranjeras una fuerza de apoyo potencial para su socio en el poder y pero también rival político, el presidente interino, Dioncunda Traoré, que es reconocido por la comunidad internacional como el presidente legítimo de Mali.

Otro aspecto a tener en cuenta es la presión moral a la que Francia tiene que hacer frente. Se trata del destino de algunos de sus ciudadanos que siguen en poder de grupos armados que pueden matarlos en cualquier momento y responsabilizar al presidente francés de todo esto para aumentar la presión de la calle francesa sobre Hollande para obligarle a parar la guerra. En resumen, podemos decir que hay muchos obstáculos a los que se enfrenta la intervención francesa en Azawad que busca proteger los intereses franceses, pero es una intervención que abre las puertas del infierno a la región. Los franceses han desatado una guerra impredecible que parece que nadie puede saber a dónde puede llevar.

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