El Primer Ministro israelí Isaac Rabin, y el Presidente de la OLP Yaser Arafat, se dan la mano en la Casa Blanca, en presencia del Presidente de Estados Unidos Bill Clinton, tras la firma de los Acuerdos de Oslo, el 13/9/1993. Foto: Vince Musi/The White House.


Inès Abdel Razek,
publicado originalmente como informe político en Al Shabaka. 31/10/21.

Hace treinta años, representantes del gobierno israelí y de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se reunieron en Madrid para iniciar negociaciones bilaterales. El llamado Proceso de Paz de Oriente Medio (PPOM) concebido en esa reunión, y supuestamente destinado a lograr un futuro de paz y justicia en el territorio situado entre el mar Mediterráneo y el río Jordán, ha consolidado, en cambio, una nefasta realidad para el pueblo palestino: la ocupación permanente por parte de una potencia militar y nuclear con un proyecto de colonización en constante expansión.

A lo largo de los últimos 30 años, los principales patrocinadores occidentales del PPOM, es decir, Estados Unidos y la Unión Europea, han presentado reiteradamente iniciativas políticas bajo la apariencia de “construcción de la paz” en lugar de impulsar una solución para poner fin a décadas de exilio, subyugación y ocupación. Más recientemente, en 2020, el ex Presidente estadounidense Donald Trump presentó el plan llamado Paz para la Prosperidad, que en última instancia garantizaba los intereses de Israel a través de una serie de acuerdos de normalización con varios Estados árabes. Sin embargo, las cuestiones fundamentales que están en juego −la defensa de los derechos del pueblo palestino frente a una ocupación militar y un exilio continuados− han permanecido ausentes de las agendas occidentales.

Este trabajo pretende exponer las razones críticas por las que el marco mismo de las negociaciones bilaterales directas, que está basado en la teoría de la negociación liberal –y que sustenta el PPOM entre israelíes y palestinos− es totalmente inicuo y está condenado al fracaso. El informe sostiene que, de hecho, el PPOM sólo ha servido para consolidar la empresa de asentamiento colonial de Israel y afianzar su dominación sobre la población palestina. Y al final ofrece recomendaciones sobre cómo la comunidad internacional puede apoyar al pueblo palestino en su lucha por la liberación a través de un marco que vaya más allá de las negociaciones y las “conversaciones de paz.”

La teoría de la negociación liberal en un contexto de ocupación militar

La negociación liberal ha dominado la política exterior estadounidense en la era posterior a la Guerra Fría. En este contexto, el PPOM fue presentado como el ejemplo definitivo de resolución de crisis políticas insolubles. Sin embargo, aplicar el modelo de negociación liberal en el contexto de la lucha por la liberación bajo una ocupación militar es problemático, y en última instancia conduce al fracaso.

  1. El PPOM carece de términos de referencia mutuos y no se basa en la buena fe

Para que cualquier negociación pueda alcanzar una solución justa, es necesario que exista un interés mutuo en alcanzar un acuerdo entre dos partes iguales. Esto se conoce como “negociar de buena fe” y requiere una base comúnmente acordada para alcanzar un resultado.

Al cursar la invitación a los dirigentes palestinos e israelíes para asistir a la conferencia de Madrid en 1991, EE.UU. dejó claro que estaba dispuesto a ayudarles a alcanzar un acuerdo basado en la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU. Esta resolución estableció los parámetros para una “solución de dos estados” y los términos de referencia para las negociaciones bilaterales entre israelíes y palestinos.

El gobierno israelí sólo aceptó sentarse a la mesa de negociaciones con la OLP por dos razones. En primer lugar, se debió al impulso generado por la resistencia palestina durante la Primera Intifada, que puso la lucha palestina por la autodeterminación en el mapa mundial y obligó a Israel a responder. Como dijo infamemente el ex Primer Ministro israelí Yitzhak Rabin: “Sólo podía quebrar un número limitado de huesos.”

En segundo lugar, Israel estaba bajo la presión del ex Presidente estadounidense George Bush, que había retenido 10.000 millones de dólares en garantías de préstamos que Israel buscaba para absorber a decenas de miles de colonos judíos soviéticos (que al final serían asentados principalmente en las colonias de Cisjordania). Fue una de las únicas veces que EE.UU. ejerció una presión condicionada sobre Israel, a cambio de simplemente presentarse a la mesa de negociación.

Durante los 20 meses posteriores a Madrid, palestinos e israelíes celebraron nueve rondas de conversaciones en Washington, D.C. En enero de 1993 fueron puestas en marcha conversaciones secretas en Oslo al estancarse las negociaciones formales. Al día de hoy, los Acuerdos de Oslo, que incluyen la Declaración de Principios sobre Acuerdos de Autogobierno Provisional de 1993 (Oslo I) −con la carta de reconocimiento entre Israel y la OLP como preámbulo− y el Acuerdo Provisional Israelí-Palestino de 1995 (Oslo II), son el único resultado documentado que existe de las negociaciones bilaterales.

Sin embargo, desde el inicio de las conversaciones en 1991 hasta la firma de los Acuerdos de Oslo y lo que siguió, ya era evidente que la solución de dos Estados no era la base sobre la que trabajaban los representantes israelíes. Por el contrario, estaba claro que preveían una forma limitada de autonomía palestina, como quedó demostrado en el Plan Allon de 1967 y en el Plan Drobles de 1978, los cuales sentaron las bases para la empresa de colonización. Rabin afirmó esta visión en su discurso de 1995 ante la Knesset con respecto a los Acuerdos de Oslo: al tiempo que promovía el marco de la solución de dos Estados, anunció que la “solución permanente” incluiría “el establecimiento de bloques de colonias en Judea y Samaria.”

En efecto, hasta el día de hoy, Israel no ha reconocido la existencia del pueblo palestino como grupo nacional, lo que implicaría reconocer su derecho a la autodeterminación. En la carta de reconocimiento de 1993, mientras que la OLP reconoció “el derecho a la existencia del Estado de Israel” y aceptó la Resolución 242 a pesar de su vaguedad respecto a la Nakba, los derechos de la población refugiada y el estatus de Jerusalén, Israel sólo reconoció a la OLP como “representante legítimo del pueblo palestino.”

Además, el proceso de negociación no tuvo como base las normas internacionales de derechos humanos, y los Acuerdos de Oslo no hicieron referencia al Derecho Internacional. Como resultado, Israel cuidadosamente evitó cualquier término de referencia que pudiera hacerle responsable de la violación de los derechos fundamentales de la población palestina. Hasta hoy, Israel nunca ha reconocido que Cisjordania y Gaza estén ocupadas; por el contrario, afirma que son “territorios en disputa”, y rechaza así la aplicación del 4° Convenio de Ginebra.

En este marco, la Autoridad Nacional Palestina (ANP), nacida de los Acuerdos de Oslo, fue diseñada específicamente para desempeñar un papel de contrainsurgencia en la pacificación y el control de los palestinos en lugar de conducirlos hacia la libertad y la soberanía. La OLP cambió así la lucha de liberación palestina por una forma limitada de autogobierno dentro del territorio nacional, completamente sitiado por Israel y dependiente de él. Lo que pretendía ser un proceso político por el que el pueblo palestino aseguraría su liberación a través de negociaciones bilaterales, se ha convertido de hecho en un mecanismo para afianzar la ocupación militar de Israel a través de una clase dirigente palestina comprometida con el mantenimiento del statu quo, dispuesta a aplastar cualquier forma de resistencia que perturbe su limitado poder.

Como dijo Edward Said en 1993: “Para su descrédito, Oslo hizo muy poco para cambiar la situación. [El ex Presidente de la AP, Yasser] Arafat y su menguado número de partidarios se convirtieron en ejecutores de la seguridad israelí, mientras que la población palestina tiene que soportar la humillación de unas ‘tierras natales’ horribles y no contiguas que constituyen aproximadamente el 10% de Cisjordania y el 60% de Gaza.”

Said no sólo describió la mala fe de los israelíes, sino que también reconoció que la OLP había capitulado ante una autonomía diluida. Mientras la comunidad internacional y la AP siguen lamentando que la “solución de los dos Estados” está muriendo, o de hecho ya ha muerto, la opción de un Estado palestino nunca existió, para empezar; el marco de las negociaciones se encargó de eso.

  1. Las negociaciones del PPOM son desequilibradas y sin un calendario claro

Desde el principio quedó claro que Israel nunca estuvo dispuesto a aceptar la Resolución 242 como base para el resultado del PPOM. Es decir, la Declaración de Principios de los Acuerdos de Oslo fue diseñada para desarrollar primero las conversaciones sobre el acuerdo para un autogobierno provisional de cinco años y, una vez establecido ese acuerdo, la Resolución 242 podría constituir la base para alcanzar un acuerdo final sobre el estatus de las cuestiones fundamentales: agua, población refugiada y Jerusalén. Pero el marco sólo establecía directrices generales para las futuras negociaciones, sin prever un mecanismo para el caso de que fracasara el periodo provisional.

Sin un calendario claro ni incentivos para que Israel cediera en ninguna de las cuestiones del “estatus final”, Israel se enfocó en aprovechar el período provisional, alargando las negociaciones como un proceso permanente. Esto ha permitido a Israel continuar con la construcción de colonias ilegales, incluso durante el período de negociaciones de Oslo. En términos del modelo de negociación liberal, Israel entendía que su ‘mejor alternativa a un acuerdo negociado’ −lo que podría mantener o ganar si las negociaciones fracasaban o nunca concluían− era superior a cualquier oferta que pudieran hacer tanto palestinos como intermediarios.

Por su parte, los negociadores palestinos estaban mal equipados y mal preparados para garantizar el cumplimiento de cualquiera de sus demandas. Khalil Tafakji (lease Jalil Tafakchi), renombrado cartógrafo palestino que hizo que “los mapas hablaran”, relata en su libro que Arafat y los negociadores palestinos lo invitaron como técnico durante el período de negociaciones de Oslo en 1993. Tafakji explica cómo intentó exponerles la realidad de las negociaciones: “No sé si alguien les prometió que tendrían un Estado, pero yo les hablo partiendo de los mapas, y si miramos los mapas, no hay ningún Estado palestino […] no tienen nada.”

Según recuerda, su valoración, junto con la de otros expertos, fue desestimada por los dirigentes palestinos, que siguieron adelante con la firma del acuerdo sin tener en cuenta los mapas de Tafakji que mostraban la descarada expansión colonial israelí. Al final Tafakji tenía razón: los Acuerdos de Oslo fragmentaron aún más el territorio palestino en las zonas A, B y C, facilitando la hegemonía de Israel.

En 2011 Al Jazeera reveló más de 1.600 documentos secretos sobre las negociaciones desarrolladas entre 1999 y 2010. Los documentos confirmaron que los negociadores palestinos hicieron numerosas concesiones sin ninguna transparencia, consulta o aval por parte del pueblo palestino. Como recordó uno de los negociadores que ayudó a filtrar los documentos: “Las ‘negociaciones de paz’ fueron una farsa engañosa en la que los términos tendenciosos fueron impuestos unilateralmente por Israel y sistemáticamente respaldados por EE.UU. y la U.E.”

A pesar de haber expirado en 1999, y a pesar de las numerosas amenazas huecas de la OLP de rescindirlos, los Acuerdos de Oslo siguen siendo el único marco vigente que dicta las dinámicas políticas, institucionales y económicas entre los dirigentes palestinos e Israel.

  1. El PPOM carece de un intermediario honesto o de un mecanismo de rendición de cuentas

EE.UU. asumió el papel de intermediario en el PPOM, a pesar de que no podía ser una tercera parte honesta debido a su prolongado y desmesurado apoyo militar y diplomático a Israel. EE.UU. no sólo no ha exigido responsabilidades a Israel por sus persistentes y graves violaciones del Derecho Internacional −incluyendo el Derecho Humanitario y de los Derechos Humanos− y por sus crímenes de guerra en Gaza, sino que ha utilizado reiteradamente su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para impedir que otros lo hagan.

Durante más de un siglo, como detalla Rashid Khalidi (lease Rashid Jalidi) en su último libro, el apoyo occidental al sionismo y a Israel ha estado caracterizado por una serie de enfoques compartidos. Desde la Declaración Balfour de 1917, las potencias occidentales se han negado activamente a reconocer a las y los palestinos como un pueblo con derechos nacionales, mientras apoyando al movimiento Sionista . En relación a la política exterior estadounidense posterior a Oslo l, el ex Ministro de Relaciones Exteriores egipcio Nabil Fahmy recordó en 2019 que la administración del ex Presidente Bill Clinton “borró la distinción entre los intereses y las prioridades estadounidenses y las israelíes.” Y citó a Dennis Ross, el negociador estadounidense durante Oslo, quien dijo que “el objetivo principal era garantizar que los intereses de Israel fueran atendidos.”

Incluso Bush, cuando se aferró a la garantía del préstamo como medio para presionar a Israel en 1991, también reafirmó el compromiso de mantener la “ventaja militar cualitativa” de Israel y una “Jerusalén indivisa”, y no objetó el avance de la empresa de colonización. En general, EE.UU. nunca ha dejado de financiar y apoyar el aparato militar de Israel y de garantizar su dominio regional. En la actualidad, esa financiación asciende a unos 3.800 millones de dólares anuales.

La existencia de un proceso abierto sin un anclaje sólido en el Derecho Internacional, sin un resultado claro y equitativo para la parte palestina, y sin un intermediario imparcial o un mecanismo de rendición de cuentas, ha servido en última instancia a los intereses de Israel y ha hecho poco para proteger al pueblo palestino.

Mantener el PPOM para afianzar la dominación sistémica sobre el pueblo palestino

Mantener vigente el PPOM ha permitido a Israel y a sus aliados subyugar a la población palestina y a sus actuales dirigentes, y continuar desarrollando con impunidad su agenda de asentamiento colonial. Para garantizar que esta situación se perpetúe en el contexto del PPOM, Israel emplea tres estrategias: la creación de hechos consumados sobre el terreno, la manipulación narrativa para culpar a las víctimas y la intimidación de la comunidad internacional.

1. Imponer una política de hechos consumados  

Los Acuerdos de Oslo han permitido a Israel avanzar sin obstáculos en su empresa de colonización a través de la expansión de las colonias y el robo de tierras palestinas. El proyecto de colonialismo de asentamiento y su infraestructura han permitido a Israel consolidar su control y al mismo tiempo asfixiar y fragmentar progresivamente a la población palestina, haciendo así efectiva la doctrina de “el máximo de tierra con el mínimo de árabes”. Esto incluye separar a Jerusalén de Cisjordania, desplazar por la fuerza a la población palestina y fomentar el crecimiento demográfico de los colonos. Para llevar esto a la práctica Israel ha desplegado tácticas como crear zonas militares y de tiro en tierras palestinas, prohibir el acceso de las comunidades rurales palestinas a sus tierras agrícolas y fuentes de agua, destruir sus viviendas, construir el Muro del Apartheid e imponer un bloqueo total a Gaza.

Al crear estos hechos sobre el terreno, Israel se hizo experto en la política de “hechos consumados”, creando realidades en el terreno que parezcan irreversibles. En efecto, como declaró recientemente el Ministro de Defensa israelí Benny Gantz, después de que el Presidente de la AP Mahmoud Abbas diera a Israel un ultimátum para retirarse de los territorios ocupados en 1967: “nadie va a ir a ninguna parte.” Por lo tanto, es inimaginable −de hecho, absurdo− esperar que los palestinos negocien su libertad y sus derechos fundamentales mientras Israel sigue colonizando y afianzando el apartheid como un hecho consumado.

  1. Manipular el relato y culpar a las víctimas

Israel también domina la táctica de la manipulación narrativa y ha conseguido culpar a los palestinos por el fracaso de las negociaciones y por la violencia que se les inflige. En efecto, el ex Ministro de Relaciones Exteriores israelí Abba Eban dijo en 1973 que “los árabes nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad.” La frase se ha convertido desde entonces en un eslogan antipalestino −habitual en Israel y sus aliados− por el cual se responsabiliza a los palestinos de rechazar siempre todas las ofertas de paz.

Esta narrativa también ha sido adoptada por los nuevos aliados de Israel en el Golfo para justificar la firma de acuerdos de normalización. Se dice que en 2018 el líder de Arabia Saudita Mohammed Bin Salman dijo: “En las últimas décadas los dirigentes palestinos han perdido una oportunidad tras otra y han rechazado todas las propuestas de paz que se les hicieron. Ya es hora de que acepten las propuestas y accedan a volver a la mesa de negociaciones o se callen y dejen de quejarse.”

Esta forma de culpar a las víctimas no resiste el examen de los hechos. A lo largo de varias décadas y varias cumbres y mesas redondas, la OLP aceptó muchos compromisos y propuestas. Lo hizo sobre la base de la solución de dos estados según la Resolución 242. Israel, en cambio, nunca se comprometió a nada.

La supuesta culpa Palestina sigue dominando el discurso occidental, especialmente en torno al fracaso de los Acuerdos de Camp David de 2000: se suele creer que Arafat rechazó allí una oferta muy generosa del ex Primer Ministro israelí Ehud Barak. Sin embargo, tal y como relataron los negociadores en 2001: “en sentido estricto, nunca hubo una oferta israelí. Decididos a preservar su posición en caso de fracaso, los israelíes siempre se detuvieron un paso antes −si no varios− de una propuesta.”

Además de su mala fe y de sus violaciones de los acuerdos existentes y del Derecho Internacional, Israel condena sistemáticamente cualquier intento del pueblo palestino de defender sus derechos, y califica cualquier esfuerzo por hacerlo fuera del marco fallido de las negociaciones bilaterales como “medidas unilaterales” que “perjudicarían la paz.”

  1. Intimidar a la comunidad internacional

Israel no sólo hostiga al pueblo palestino por cualquier intento de defender sus derechos, sino también a la comunidad internacional cada vez que protesta contra sus violaciones de los derechos palestinos. En efecto, Israel ha desarrollado una campaña generalizada para deslegitimar la lucha del pueblo palestino por sus derechos y para eludir la responsabilidad por sus violaciones. Por un lado, lo ha hecho equiparando la lucha palestina con el antisemitismo, así como criminalizando a  movimientos y personas solidarias; por otro lado, ha acusado falsamente de terrorismo a los grupos palestinos defensores de los derechos humanos.

En diciembre de 2019, el embajador de Israel ante la ONU, Danny Danon, acusó a la Corte Penal Internacional (CPI) de capitular ante el “terrorismo diplomático” palestino porque decidió investigar los posibles crímenes de guerra de Israel en Palestina. Durante el último ataque de Israel a Gaza en mayo de 2021, la comunidad internacional denunció su uso desproporcionado de la fuerza. En respuesta, Israel acusó al gobierno chino y al Ministro de Relaciones Exteriores de Pakistán de “antisemitismo flagrante.” También reprendió al embajador francés en Israel porque el Ministro de Relaciones Exteriores de Francia afirmó que Israel estaba “en riesgo” de convertirse en un Estado de apartheid; y presionó a una universidad estadounidense para que retirara a una estudiante de posgrado del curso que estaba dictando por criticar a Israel en su clase.

EE.UU. también está implicado en este bullying. Su incondicional apoyo a Israel ha contribuido a desbaratar cualquier intento de la comunidad internacional de hacer que Israel rinda cuentas por sus violaciones del Derecho Internacional. Desde 1972 hasta diciembre de 2019, solo en el Consejo de Seguridad de la ONU, EE.UU. ha vetado 44 resoluciones que pretendían condenar las acciones ilegales de Israel. Esto ha contribuido a la cultura de impunidad bajo la que opera Israel hoy en día.

Hablar de boquilla sobre el supuesto proceso de paz,  las negociaciones y  la “solución de dos Estados” sólo sirve para encubrir las violaciones de Israel y rechazar como unilateral cualquier medida para hacerle rendir cuentas. La trampa de las negociaciones bilaterales ha permitido a Israel “achicar el conflicto” mediante el impulso de medidas económicas o “concretas” que sólo han profundizado la dependencia de la AP de la hegemonía israelí, y facilitado así el apartheid y la empresa de colonización.

Romper el ciclo de negociaciones del PPOM

Ya es hora de que la comunidad internacional reconozca que el pueblo palestino no va a renunciar a sus derechos inalienable, enraizados en los valores universales de libertad, justicia y dignidad. Fundamentalmente, la comunidad internacional debe reconocer que sin un cambio radical en la correlación de fuerzas existente, cualquier intento de conducir a las partes a la mesa de negociaciones sólo perpetuará la agenda etnonacionalista de Israel y el continuo desposesión del pueblo palestino.

Para romper este ciclo, la comunidad internacional debe:

  • Reconocer que el encuadre del PPOM es inapropiado, y enfocarse en cambio en un proceso político centrado en el cumplimiento de los derechos humanos de todos. Para el pueblo palestino, esto incluye el derecho a la autodeterminación y al retorno, así como a la seguridad frente a las continuas violaciones israelíes.
  • Apoyar los esfuerzos del pueblo palestino por transformar su sistema político −como en la reciente Intifada de la Unidad− para construir el consenso entre todos los sectores de la sociedad, como camino hacia la liberación palestina.
  • En este sentido, apoyar a las y los palestinos en la reactivación y transformación de la OLP como movimiento de liberación con presencia diplomática en todo el mundo. Esto incluye apoyar la renuncia a los Acuerdos de Oslo y la remoción de la AP como representante político del pueblo palestino.
  • Exigir que Israel rinda cuentas por sus graves violaciones del Derecho Internacional Humanitario y del Derecho Internacional de los Derechos Humanos. Esto debe hacerse poniendo fin a la ayuda militar a Israel, al comercio de productos y servicios procedentes de las colonias israelíes –y presionando sobre otros Estados y entidades para que lo hagan−, apoyando la investigación de la CPI sobre los crímenes de guerra israelíes y pidiendo el fin del bloqueo a Gaza.
  • Rechazar la asimilación de la crítica a Israel con el antisemitismo. Esto incluye rechazar los intentos de Israel de acusar de terrorismo a las organizaciones de la sociedad civil que trabajan para defender los derechos palestinos, y presionarle para que revoque dichas acusaciones.
  • Rechazar los acuerdos de normalización entre Israel y los Estados árabes, que buscan mantener la ventaja militar cualitativa de Israel en la región.

 

Título original: Thirty Years On: The Ruse of the Middle East Peace Process. Al Shabaka. 31/10/21.

Traducción de María Landi.

Inès Abdel Razek es Responsable de Incidencia del Palestine Institute for Public Diplomacy (PIPD), una organización palestina independiente. También integra el think-tank Al-Shabaka y el consejo asesor de la empresa social BuildPalestine.

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